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España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Fantástico. Aventuras. Infantil Durante años el Sr. Meacham, un viejo tallador de madera, ha fascinado a los niños de la región con sus cuentos acerca de un feroz dragón que reside en lo más profundo de los bosques del Noroeste del Pacífico. Para su hija Grace, que trabaja como guarda forestal, estas historias no son más que cuentos para niños… hasta que conoce a Peter. Peter es un misterioso niño de 10 años que no tiene familia ni hogar, y que asegura que vive en el ... [+]
9 de septiembre de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al principio de esta inteligente reimaginación, se dibuja un curioso retrato: el del niño que en estado natural no conoce el mal.
Peter solo sabe que fue al bosque a vivir aventuras, que porque lo dice su libro tiene una mascota llamada Elliott y que todas las tristezas que hemos contemplado con él son solo detalles que no comprende.
Es el inicio de un aprendizaje, que llevará a un niño a ser ajeno al mundo del hombre, y familiar a la naturaleza donde existe un peculiar orden: a veces puede implicar el miedo a las bestias, otras la alegría de manos de un peludo benefactor, pero nunca la pena por unos padres ausentes.

'Peter y el Dragón' pasa a ser a partir de entonces el viaje de vuelta de un pequeño salvaje, hasta ser el niño que intuye por todos los demás que fue, o que debe ser.
Si la anterior versión de esta historia jugaba con la naturaleza real de su mascota, aquí no hay lugar para sutilezas: el dragón es un ser físico, consciente y palpable, junto al que Peter siempre estará seguro.
Sin embargo, ese carácter de realidad no acaba con los problemas, más bien les da un cierto revestimiento de nostalgia por un niño perdido, que en algún momento sabemos que se acercará peligrosamente al fin de su infancia, a esa época en la que ya no tienes tiempo de ver dragones. La señal de alarma por eso podrían ser las taladoras del pueblo vecino de Millhaven, socavando el particular patio de juegos natural que comparte con su amigo.

El pueblo, y sus habitantes, son los otros protagonistas de este cuento moderno, un sitio lleno de trabajadores que sobreviven con lo justo, como se deja ver en algunas imágenes de sus fábricas y casas, quizás conscientes de que no dejan de ser una mota de polvo en el mapa de Norteamérica.
Su método de trabajo refleja eso, troncos y más troncos a talar, expoliando el bosque y "aumentando la competitividad" como no tiene reparo en admitir el capataz Gavin, mientras su hermano Jack está a punto de casarse con la guardabosques Grace, que cada día lanza las llaves de las taladoras más lejos que el anterior: una sencilla manera de luchar contra lo que llaman "progreso", aunque mañana las mismas taladoras estén a pleno rendimiento.
Precisamente, la historia tampoco rechaza introducirnos en la otra cara de la moneda del pueblo, personificada en el anciano Meacham, que vive entreteniendo a los niños con las leyendas sobre un dragón en el bosque local. Él, al contrario que las grandes maquinarias, talla cada pieza de madera con adornos a mano, como último reducto de una artesanía y una forma de ver las cosas que cada día se va dejando más atrás.

Así las cosas, no sorprende nada que cuando Peter finalmente toma contacto con el pueblo revolucione los ánimos: su llegada es algo nuevo, algo único en el monótono panorama de la vida rural, quizás la promesa de que existen más cosas que han pasado desapercibidas a los lugareños.
Y más tarde, cuando Elliott se dé a conocer, agitará aún más las convenciones del pueblo, con gente demasiado confundida por su presencia, con hombres como Gavin pensando en los beneficios que pueden sacar de su propiedad (siempre, siempre pensando en los beneficios) y con ancianos como Meacham descubriendo que sus fantasías no lo eran del todo.
La historia habla así, tristemente pero firme, de lo ignorantes que nos hemos vuelto, lo ciegos que estamos reduciendo todo a ganancias, y lo dolorosamente adultos que somos pensando que un dragón no es sinónimo de maravilla, sino de fuego y peligro.

Así, el verdadero descubrimiento no es un monstruo verde y alado que vive en el bosque, sino la capacidad de maravillarnos ante la posibilidad de que algo así exista.
El error estaba en pensar en Elliott como un juego infantil o una bestia a la que amordazar, cuando es tan sensible como nosotros, y siente tanto la pérdida de su compañero de juegos como para llorarle mientras le ve a través de una ventana, adaptándose a su nueva familia.
Peter aprende lentamente que su amigo/mascota no es algo normal, y que él mismo tampoco lo es, porque pertenece a una especie humana que hasta ahora no contemplaba... ¿borra eso las horas de diversión, de juego, de ternura, compartidas entre los dos?

A través de esa delicada relación, el director David Lowery traza una paralela historia de entendimiento, entre un niño y un dragón, entre un pueblo y algo difícil de creer.
Elliott sobresale como una grandiosa anomalía, que lejos de ser peligrosa es tierna, bondadosa y hasta inocente. Nos sorprendería pensar de que, en esos ojos que creemos bestiales, hay un animal tan perdido como nosotros, tan necesitado de cariño como un niño salvaje.
Solo al tenderles la mano a ambos, todos los habitantes del pueblo aceptan una capacidad de asombro largo tiempo ignorada.

Porque los niños ya no escuchaban con tanta atención, y los adultos ya no creen en lo imposible.
Es casi un milagro que esta fábula quiera y consiga enseñarles lo contrario.
Charles
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