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Voto de Charles:
5
4 de septiembre de 2020
18 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Antebellum” significa “antes de la guerra”, y supuestamente es un término racista que señala las atrocidades cometidas en la ídem.
Ahí algo que yo no sabía.
Como tampoco he vivido o experimentado el histórico racismo usamericano, y por eso pienso que la mitad de encendidos sentimientos que esta película me debería generar se quedan a medio camino de la propaganda y la parodia.
Porque así es, la historia deja poco lugar a los matices:
- Los personajes solo tienen una cara, y esta es exagerada y ligeramente irreal.
- Subtramas quedan descartadas tan pronto como impactan al público, solo por el mero placer de hacerlo.
- La lógica interna del relato ni se expone ni se explica, queriendo jugar la carta del misterio, aunque en realidad es porque no interesan los personajes, y sí las ideas a las que dan lugar.
Si la propaganda no es esto, que baje quien tenga que ser y lo vea.
La historia empieza cuando Eden ha tenido la mala fortuna de recalar en una plantación del Sur, con todo el atajo de racistas asquerosos que la pueblan. Lo que parecía una agradable estampa sureña, al mirar más de cerca, se revela una villa-estado fuertemente armada y defendida, agujero de miserias raciales y morales que en aquella época se daban por llamar “vida normal”.
Sí, acojona.
Mucho más que de costumbre, porque no hay refugios cándidos en la narración: aquí no hay dos esclavos que se den palabras de ánimo o niñas jugando, sino una ley del silencio que pesa como piedra bajo el sol.
Y, sin embargo, es por ahí por donde van saltando las cada vez más crecientes flaquezas del relato, que se afana, lo intenta, de verdad que sí, una y otra vez, en generar potentes imágenes y brutalidades al abrigo de musicón opresivo que corte la respiración.
El estilo le gana a la sustancia, y como “la sustancia” tarda en asomar la pata (y cuando lo hace llega con dos líneas de folio), el tedio va haciéndose notar.
Realmente, a ‘Antebellum’ le suda una higa todo lo que viene siendo esa carcasa endeble que lleva encima llamada “película”.
Solo busca que empatices por pura asociación de conceptos progresistas, o por un sentimiento de culpabilidad histórica que debería estar en la trastienda de la historia, no siendo su principal estructura.
Quiere ser política e “importante”, pero a la enésima persona blanca que sale torvamente enfocada, frunciendo el ceño ante nuestra aguerrida protagonista pluscuamperfecta, se roza un nivel de parodia reservado a aquellos que se creen dadores de la verdad, y solo hacen el ridículo.
Por una vez, me gustaría ver un racista que, pese a ser miserable gentuza, no tenga una sonrisa torcida, sino que salude y de los más agradables buenos días. Esos son los terroríficos.
O una persona negra que, en su ansia de huir del horror, fuera capaz de dejar atrás a sus amigos y conocidos, porque es demasiado alto el precio de volver a por ellos. Haberlos, tuvo que haber.
La siempre bien agradecida escala de grises, que daría algo más de solidez a una propuesta como esta.
En su lugar, hay una historia de vencedores y vencidos ya escrita, que busca el despiste “contra” el espectador (no “con” el espectador), y a la larga no deja de dar los mismos rancios martillazos que no van a hacer caer ningún muro.
En el fondo, queda un sabor amargo.
Los mimbres son buenos, la idea también, Janelle Monáe se carga la película a hombros ella sola, y eso se merece algo.
Pero unas cuantas elecciones desacertadas bastan para convertir una interesante alegoría entre tiempos pasados y futuros en un trasnochado festival de prejuicio y buenismo moderadamente agresivo.
Había una película mejor por algún lado de aquí, y esa nos la han quitado de las manos.
Ahí algo que yo no sabía.
Como tampoco he vivido o experimentado el histórico racismo usamericano, y por eso pienso que la mitad de encendidos sentimientos que esta película me debería generar se quedan a medio camino de la propaganda y la parodia.
Porque así es, la historia deja poco lugar a los matices:
- Los personajes solo tienen una cara, y esta es exagerada y ligeramente irreal.
- Subtramas quedan descartadas tan pronto como impactan al público, solo por el mero placer de hacerlo.
- La lógica interna del relato ni se expone ni se explica, queriendo jugar la carta del misterio, aunque en realidad es porque no interesan los personajes, y sí las ideas a las que dan lugar.
Si la propaganda no es esto, que baje quien tenga que ser y lo vea.
La historia empieza cuando Eden ha tenido la mala fortuna de recalar en una plantación del Sur, con todo el atajo de racistas asquerosos que la pueblan. Lo que parecía una agradable estampa sureña, al mirar más de cerca, se revela una villa-estado fuertemente armada y defendida, agujero de miserias raciales y morales que en aquella época se daban por llamar “vida normal”.
Sí, acojona.
Mucho más que de costumbre, porque no hay refugios cándidos en la narración: aquí no hay dos esclavos que se den palabras de ánimo o niñas jugando, sino una ley del silencio que pesa como piedra bajo el sol.
Y, sin embargo, es por ahí por donde van saltando las cada vez más crecientes flaquezas del relato, que se afana, lo intenta, de verdad que sí, una y otra vez, en generar potentes imágenes y brutalidades al abrigo de musicón opresivo que corte la respiración.
El estilo le gana a la sustancia, y como “la sustancia” tarda en asomar la pata (y cuando lo hace llega con dos líneas de folio), el tedio va haciéndose notar.
Realmente, a ‘Antebellum’ le suda una higa todo lo que viene siendo esa carcasa endeble que lleva encima llamada “película”.
Solo busca que empatices por pura asociación de conceptos progresistas, o por un sentimiento de culpabilidad histórica que debería estar en la trastienda de la historia, no siendo su principal estructura.
Quiere ser política e “importante”, pero a la enésima persona blanca que sale torvamente enfocada, frunciendo el ceño ante nuestra aguerrida protagonista pluscuamperfecta, se roza un nivel de parodia reservado a aquellos que se creen dadores de la verdad, y solo hacen el ridículo.
Por una vez, me gustaría ver un racista que, pese a ser miserable gentuza, no tenga una sonrisa torcida, sino que salude y de los más agradables buenos días. Esos son los terroríficos.
O una persona negra que, en su ansia de huir del horror, fuera capaz de dejar atrás a sus amigos y conocidos, porque es demasiado alto el precio de volver a por ellos. Haberlos, tuvo que haber.
La siempre bien agradecida escala de grises, que daría algo más de solidez a una propuesta como esta.
En su lugar, hay una historia de vencedores y vencidos ya escrita, que busca el despiste “contra” el espectador (no “con” el espectador), y a la larga no deja de dar los mismos rancios martillazos que no van a hacer caer ningún muro.
En el fondo, queda un sabor amargo.
Los mimbres son buenos, la idea también, Janelle Monáe se carga la película a hombros ella sola, y eso se merece algo.
Pero unas cuantas elecciones desacertadas bastan para convertir una interesante alegoría entre tiempos pasados y futuros en un trasnochado festival de prejuicio y buenismo moderadamente agresivo.
Había una película mejor por algún lado de aquí, y esa nos la han quitado de las manos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Tooodo el rato te intentan despistar con "qué" está sucediendo realmente, aunque no paras de tener la sensación de que hay algo más debajo.
Y cuando por fin se revela todo: plom, bloque en medio de la narración sobre todo lo que ha pasado antes, el ritmo se va al peo y la posibilidad de sugerencia totalmente aniquilada.
Fíjate que la película me habría funcionado mejor si quitamos el extenso flashback y poco a poco voy yo solito sumando dos más dos.
Por otro lado, el trasnocherismo es carcajeable: Verónica/Eden vive en un matrimonio maravilloso con casaza, donde el bien torneado padrazo prepara tortitas por las mañanas, y los racistas gentuzos acosan desde la pantalla de la tele o la videollamada.
Cuando aparece Verónica dando una charla en líneas de "ellos son el pasado, nosotros el futuro" siento que me están dando un panfleto y pegándomelo en la cara.
Ah, y ni una sola de las "premoniciones" en el mundo real funciona. Ni la niña siniestrilla con vestido colonial que parece justificar un plano de tráiler, ni el carruaje repentino en pleno Manhattan. Ni una.
Aunque tiene cierta gracia que finalmente la plantación se revele encuadrada en uno de esos enclaves estadounidenses donde se recrea la Guerra de Secesión, y familias enteras van a pasar la merienda: "compre y vea, guerrilleros sacándose las tripas delante de sus hijos".
No es que importe la logística de cómo todo eso permanece oculto, pero es un buen dardo contra ciertas atracciones caducas de este moderno mundo.
Y cuando por fin se revela todo: plom, bloque en medio de la narración sobre todo lo que ha pasado antes, el ritmo se va al peo y la posibilidad de sugerencia totalmente aniquilada.
Fíjate que la película me habría funcionado mejor si quitamos el extenso flashback y poco a poco voy yo solito sumando dos más dos.
Por otro lado, el trasnocherismo es carcajeable: Verónica/Eden vive en un matrimonio maravilloso con casaza, donde el bien torneado padrazo prepara tortitas por las mañanas, y los racistas gentuzos acosan desde la pantalla de la tele o la videollamada.
Cuando aparece Verónica dando una charla en líneas de "ellos son el pasado, nosotros el futuro" siento que me están dando un panfleto y pegándomelo en la cara.
Ah, y ni una sola de las "premoniciones" en el mundo real funciona. Ni la niña siniestrilla con vestido colonial que parece justificar un plano de tráiler, ni el carruaje repentino en pleno Manhattan. Ni una.
Aunque tiene cierta gracia que finalmente la plantación se revele encuadrada en uno de esos enclaves estadounidenses donde se recrea la Guerra de Secesión, y familias enteras van a pasar la merienda: "compre y vea, guerrilleros sacándose las tripas delante de sus hijos".
No es que importe la logística de cómo todo eso permanece oculto, pero es un buen dardo contra ciertas atracciones caducas de este moderno mundo.