Recuerdo que al leer 'Soy Leyenda' te invadía un espíritu de desesperanza.
No eran las aventuras de un valeroso luchador de vampiros, sino la crónica negra de un científico apenas vivo, que se entregaba a la rutina específica porque no le quedaba nada más.
Difícil material, sin duda, para abordar desde un cine que inspire, o engrandezca.

Pero hete aquí que alguien, allende la España del siglo pasado, conectaba con esas ideas, se podría decir, macabras.
No solo eso, sino que encima las quiso plasmar en una práctica de fin de carrera: si no hay que ponerle un monumento a Mario Gómez Martín, poco le falta.

Su 'Soy Leyenda' sí que se zambulle en ese resquicio, pequeño pero notorio, que separa lo melancólico de lo directamente trágico.
Aquí, las calles están vacías, pero no solo de vida, sino también de esperanzas, y Robert Neville (inmenso Moisés Menéndez) lucha contra los vampiros que llaman a su puerta, aparte de contra la voz interna que le llama a tumbarse y descansar, para nunca más despertar.
No es la más animosa de las narraciones, pero se las arregla para ser corta, y para ser eficaz, sin que por ello se resienta el relato original.

Richard Matheson ya supo que, en un mundo plagado de otros seres distintos a ti, la normalidad que tanto pides para tus palabras y acciones está de más.
La masa es el punto de vista.

Y al final, no queda otra que aceptarla, de las dos únicas maneras que se puede.
Si alguien necesita que se las expliquen, se ha quedado en que esto iba de vampiros.