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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Intriga. Drama Durante un viaje en el legendario tren Orient Express, el detective belga Hercules Poirot investiga un asesinato cometido en el trayecto, y a resultas del cual todos los pasajeros del tren son sospechosos del mismo. (FILMAFFINITY)
5 de diciembre de 2017
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kenneth Branagh es un tipo listo.
Y no, no lo digo sólo por dirigirse su propia peli, ponerse de protagonista diciendo qué guapo soy y qué tipo tengo, y quedar como el más puto amo del lugar.
Sino porque, además de todo eso, se ha dado cuenta de lo grandiosos que eran los misterios de época con repartazo multigeneracional, y lo mucho que los echamos de menos.

'Asesinato en el Orient Express', así puesto, es el artefacto nostálgico refinado hasta la excelencia: no importa tanto el viaje como el de qué manera lo van a conducir sus maquinistas, y las apuestas suben cuanto más vemos cómo todos se han querido creer que están en los puñeteros años 30.
Es una fiesta de disfraces, una gran bacanal en el que cada uno intenta masticar sus palabras con más arte que el anterior, y aún así queda espacio para el suspense y la sorpresa, porque saber el destino no implica conocer el trayecto.
Branagh, perro viejo, has recreado perfectamente el Orient Express sin necesidad del tresdé: grandes personalidades chocándose en un espacio mínimo, a la vez que uno se queda boquiabierto por los lujos y complacido por la maestría técnica.

¿Hace falta decir que Hércules Poirot se encuentra en el tren y va a resolver el asesinato?
Pues sí, hace falta decirlo, el imperturbable detective belga Hércule Poirot se encuentra en viaje casual y misterioso a bordo del famoso tren, donde va a resolver el truculento asesinato de uno de sus excéntricos y sospechosos pasajeros.
Esa es la táctica de Branagh: consciente de que poco se puede añadir a lo ya dicho, embellece y bruñe la narrativa original, con la noble intención de sentirse releyendo un clásico inolvidable, que te vuelve a atrapar como si no lo hubieras descubierto.

El detalle obsesivo permite recrearse en la imponente armadura del expreso, en el juguetón exotismo de Estambul, pero sobre todo en cada uno de los viajeros que forman el rompecabezas del misterio.
No podrían ser más estereotípicos a no ser que llevaran una ficha de Cluedo pegada en la frente, pero gracias al exhaustivo interrogatorio en cada rincón de esta novela hecha carne empezarás a conocerles y empatizar con sus carácteres: ¿te acuerdas de aquella época en la que contar una historia requería tiempo, y se partía de un cliché al que una estrella prestaba toda su capacidad para sorprender?
Kenneth se acuerda, y desde luego no deja que sea promesa hueca: cada intento de lucirse, cada comentario afilado, sólo es un paso más en la perfidia que habita dentro de esta ratonera nevada.

Porque esa sigue siendo la palabra clave, "perfidia", emoción muy humana que esos cartones de apariencias que son cada viajero parecería que nunca han expresado.
Poirot, cavando solo bajo la nieve de la culpabilidad, se encuentra de pronto un terrible secreto, que amenaza con zarandear sus parámetros del bien y el mal, pero sobre todo la tranquilidad que siempre ha extraído de su existencia separada, la misma que equilibraba desde su mayestático mostacho (pardiez con el mostacho) hasta sus desayunos de buena mañana.
Y poco de este misterio nos puede sorprender, si no fuera porque nunca fue un misterio: sólo la toma de conciencia de una mente privilegiada, que se empeñó en ver blancos y negros y al final descubrió que el gris le ahogaba.

A los pasajeros no les corresponde la triste responsabilidad del descubrimiento, pues ya bastante tienen con sus almas dolidas, fracturadas y sin descanso.
Pero es el silencio, la mortal quietud tras un acto horrible, contrario a la naturaleza humana, lo que puede hacer perder la fe a un hombre, y darse cuenta de aquellos animales a los que investigaba.
Hércule Poirot sólo tuvo la maldición de oír en ese silencio, mejor que nadie, el grito de los inocentes que nunca en la bondad han logrado nada: la maldad, entonces, es sólo un punto de vista.
Ese era el único misterio a resolver del Orient Express.

Pero también se queda pendiente de un hilo, una muerte sobre el Nilo.
Seré sólo yo el único tonto al que se le dibuja una sonrisa de pensar que, en pleno S.XXI, una franquicia de Hércule Poirot nos podrían regalar.
El placer es mío, oigan.
Charles
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