Me resulta difícil entender cómo alguien puede rajar de una película como "Una receta familiar", que tal vez no sea una obra maestra pero mucho menos es un desastre, de hecho comparado con lo habitual, con tanta basura que nos rodea, creo que es más que aceptable. Nos vamos a Singapur, un país extraño masificado, una ciudad en la que se mezclan tantas culturas que lo normal es formar parte de una minoría. Más que nada porque no existe una mayoría. Hay, como en tantas otras partes del sudeste asiático, chinos ya de nuevas generaciones, hay malayos, hay musulmanes, budistas y en este caso particular que nos incumbe, un chaval huérfano japonés (al menos nacido en Japón) que tiene ganas de darle al fogón y aprender nuevas recetas. O tal vez viejas recetas, familiares.

Con el grado necesario de sentimentalismo nuestro joven protagonista viaja en busca de sus orígenes, los de su padre y su madre, su familia carnal lo quieran o no. Pero también es un viaje gastronómico espectacular, con platos ante nuestros ojos que ya quisiera probar sin parar. Lástima que no haya cine de degustación física y real para poder probar esas sopas, esos fideos, esos postres y ese Bak kut teh que tanto nombran.

La película puede parecer poca cosa, pero está hecha con sanísimas intenciones y repito, no debería molestar a nadie salvo que tengas un mal día. Está limitada en su propias paredes y es sencilla. Singapur tiene que ser la leche, ir de restaurante en restaurante y respirar esos olores, pisar sus calles y dejarte llevar por su ritmo...