Para mí Henry Fonda es la mujer que falta, alguien que aporta el razonamiento, el protagonista absoluto, el que todos quisiéramos ser y el que dirige la orquesta. No tengo ninguna duda de que yo no dudaría en un principio (ahí queda eso) y votaría culpable, pero que nada más empezar la rajada de los argumentos culpatorios sería de los primeros en echarme atrás. Ante la duda razonable tan mencionada justamente en el resto de críticas, sólo ante una, habría que votar no culpable, y más teniendo en cuenta que hablamos de la vida de un ser humano.

Lumet, en su ópera prima, nos obsequia con todos los pros y todos los contras, nadie se espera otra cosa que ese final, el mérito es ese cómo, la forma, la manera de llegar a la decisión final, no sólo mediante el ejemplar planteamiento de Fonda, también es necesario destacar la habitación claustrofóbica, tan teatral, el calor, los primeros planos y las doce interpretaciones tan fuera de lo normal. Desde el viejo hasta el tranquilo presidente, el facha, el violento, todos lo bordan, por no hablar del genial Fonda. Debo decir que el argumento de las gafas, el último, es el menos consistente, pero en fin, es sólo un elemento más. Así que a mi juicio (nunca mejor dicho) "Doce hombres sin piedad" es la mejor película judicial del cine, reflexiva y moralista hasta la médula, desde luego, eso ya se sabe desde el principio, ejemplar y ampliamente recomendable al universo entero.

¿Puede ser que en 1957 la mujer estuviera alejada del proceso de selección del jurado popular? Lo ignoro y espero que no, eso sí, pensándolo bien, recalco que para mí Henry Fonda es la mujer y todos los demás, sin saberlo, también lo son y van descubriendo poco a poco su verdadero género de tal manera que hay quien se resiste con violencia y brusquedad, hay quien lo asume por el peso de la lógica y aunque haya mayor o menor oposición, todos acaban rendidos ante el poder de la razón. Doce hombres no, doce mujeres.