A más de uno le resultaría sospechoso llegar a coincidir con alguna persona dos veces en poco tiempo. No es sólo la cuestión de tener en cuenta la cantidad de seres humanos que poblamos el planeta, también hay quien cree que el mundo es un pañuelo. Por el bien de la película aquí se alude a aquello de los hilos que mueven nuestro destino, si es que existen, que nos empujan a conocer a ciertas personas. A Crawford no le parece extraño reunirse con Palance en un tren después de haberlo despreciado laboralmente, a lo cual hay que sumarle las buenas artes de él para caerle bien, pese a su cara angulosa, pese a introducir un elemento determinista e insinuar que ciertas fisonomías empujan a la maldad. Ella le invita a pasar ese largo trayecto juntos y empieza el lío. No es mala presentación, es más, creo que es excelente.

Tras el paso por ese despacho con un dictáfono encendido (lo que hoy sería dejarse el botón del grabador de audio de nuestro smartphone) las dudas pueden subirse a la chepa del espectador. El guión empuja y empuja, los actores lo hacen estupendamente, y entre cartas escritas de aquí para allá, sospechas, realidades y testamentos, creo que la película se extiende demasiado. Ciertamente el interés por conocer el final la hace más atractiva de lo que es. La actitud de la Crawford siempre estará bajo la sospecha de la lógica, mientras lo que hacen las otras dos aristas del triángulo ahí queda para el buen manual de cine negro. Pero dudas, las que quieran, y más teniendo en cuenta que los ojos del actual siglo ya han visto de todo.

No es mala película, pero creo que para ser mejor, para ser notable de verdad, hay que pasar por alto demasiadas cuestiones. Una cosa es ser un poco indulgente, otra es pasar por alto casi todo lo que hace la Crawford.