La secuencia del cartel es una de las mejores: Keitel desnudo entre prostitutas, pasado de droga y de rosca en un modelo de cine-Ferrara dentro de un largometraje que se desarrolla de manera atropellada, sucia y demoledora como la misma historia.

Desasosegante y dolorosa, deja el sabor amargo de las buenas historias del cine negro más desgarrador, el que te muestra lo mucho que tienen en común los países tercermundistas con el Imperio USA, y lo hace como tiene que ser: con poco dinero, imaginación y talento por parte de intérpretes de primera y una cámara enlodada en el vicio y la autodestrucción, después de destruir a unos cuantos, claro.

Sin duda, vale la pena. No es tan buena como El funeral en cuanto a composición integral, pero superior si se tienen en cuenta otros detalles de carácter más sociológico.