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Voto de Henry Morrison:
7
Comedia Un profesor de gimnasia de un instituto, Freddy Shoop, tiene grandes planes para pasar las vacaciones de verano. Pero se ve forzado a anularlos cuando el director del colegio le obliga a impartir clases a chicos inadaptados. Cosa que no le resultará nada fácil. (FILMAFFINITY)
12 de octubre de 2010
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los ochenta, con toda su mítica (en ocasiones, más falsa que un duro de madera) se ensalzan como obras de culto películas muy simpáticas, y absolutos bodrios. Hay de todo, pero sorprende que esta película sea bastante desconocida, pues supera de largo varios de esos títulos que los treinteañeros de hoy tienen en un altar. Sin mayor pretensión que la de ofrecer un rato divertido al espectador, la película resulta ser bastante más fresca y divertida de lo que en principio pueda parecer, toda una oda a la libertad individual, a la anarquía personal.

El señor Shoob (encarnado por el siempre simpático Mark Harmon) se ve obligado a suspender sus vacaciones en Hawai para dar curso de verano en la escuela en la que ejerce normalmente como profesor de gimnasio, cuando al profesor inicialmente previsto le toca la lotería. Por supuesto la clase de recuperación está compuesta por un grupo de auténticos engendros, de niñatos egoístas en los que ya nadie tiene esperanza, a los que todo el mundo considera retrasados, o delincuentes en potencia. El profesor Shoob, un tipejo simpático, descarado y bastante vago, conecta con los alumnos, y decide dejar que estos vayan a su aire y pasar él el rato entre tanto. Pero al final acabará tomándose la clase medio en serio, aunque solo sea para impresionar a la muy seria profesora que da clase a niños superdotados en el aula de al lado (Kirsty Alley, cuando aún no parecía un zeppelin). Para intentar que sus monstruos aprueben en septiembre, el señor Shoob tendrá que pasar por un auténtico infierno, demostrando en el camino que tiene más paciencia que el santo Job...

Entretenida, y mucho más competente que otras de su misma década, posee ese espíritu de absoluta locura lúdica argumental, de personajes secundarios entrañables en los que podía identificarse muy fácilmente el público de la época, y de perros con gafas de sol. ¿Y porqué no? A reivindicar con urgencia.
Henry Morrison
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