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7
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16.932
Thriller. Terror. Fantástico
Thriller psicológico sobre una joven apasionada por la moda que, misteriosamente, es capaz de trasladarse a los años 60 y conocer a su ídolo, una deslumbrante aspirante a cantante. Pero el Londres de la época no es lo que parece y el tiempo parece desmoronarse con oscuras consecuencias...
19 de diciembre de 2021
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
[Actualización: 5 de enero de 2023]
La he vuelto a ver estas Navidades (cuarta vez, en realidad) y le he subido un punto. Que sí, que el guion y los giros imposibles y patatín patatán, pero en verdad es divertidísima. Y mucho más profunda de lo que parece. Tremendamente excesiva en lo narrativo y lo visual, sí, pero la propia película es consciente de ello e intenta parecerse a las obras en que se inspira. Reconocer eso hace que la experiencia como espectador mejore. Puede que haber visto «Suspiria» (la original, asombrosa) este último año también haya contribuido a estas líneas. Y que los bailes de Anya Taylor-Joy siguen siendo inolvidables, vamos.
[Crítica original]
El cine de Edgar Wright cansa. Y cansa en el mejor de los sentidos; acostumbra a ser tan cómico, imaginativo y frenético que cuando acabas una de sus películas te da la sensación de que has visto dos consecutivas. Pues bien, en este sentido, Última noche en el Soho se postula como el trabajo menos característico de su director. Para empezar, porque aunque contiene pequeños toques de humor, no es comedia, el territorio en el que mejor se mueve Wright; pero, sobre todo, porque los típicos recursos que convierten sus películas en auténticas montañas rusas desaparecen o se atenúan considerablemente aquí. El resultado es una película bastante mesurada para los estándares de locura a los que nos tiene habituados el director.
Respecto a la película tengo sentimientos encontrados. Voy a empezar por lo bueno.
Algunas secuencias me han parecido fascinantes. La primera en el Café de París y la de las luces estroboscópicas con «Land of 1000 Dances» sonando no se me van a olvidar. Del tipo de escenas que te dejan boquiabierto en el cine de lo perfectamente ejecutadas que están.
Las actrices, increíbles las dos, por supuesto, y su conexión —la de sus personajes, más bien— es el alma de Última noche en el Soho. El casting ha estado acertadísmo. Thomasin McKenzie encarna a una protagonista adorable; personalmente, me ha resultado muy creíble el baño de realidad que se lleva al llegar a Londres. Y Anya es una maldita estrella y ya está. Lo tiene todo. Las escenas en las que baila y canta son irresistibles, lo mejor de la película.
La banda sonora es estupenda, como siempre en las películas de Wright. En esta ocasión, canciones de los 60, la mayoría no muy conocidas, que seguramente escucharé mil veces en las próximas semanas, como ya me ocurrió con Baby Driver (2017).
Lo han comentado en otras críticas: la película falla claramente en su guion. (Apunto lo que más me ha chirriado en el spoiler). El problema radica en que al tratarse de una película, digamos, de misterio, el guion constituye casi la pieza más importante, y por eso Última noche en el Soho se queda un poco atrás en comparación con las obras anteriores de Wright. Es cierto que el guion de Baby Driver también flaquea bastante en su parte final, pero la película ofrece muchísimo en los demás aspectos y, a diferencia de Última noche en el Soho, es casi un musical de acción, en el que el guion no resulta tan relevante, o al menos para mí. Por otro lado, el resto de su filmografía cuenta con la «coartada» de la comedia/parodia. Scott Pilgrim contra el mundo (2010), por ejemplo, juega con la ventaja de que sus reglas son básicamente la ausencia de reglas, y por eso el director hace un poco lo que le da la gana. Ocurre algo parecido con la Trilogía del Cornetto, en la que, mediante la parodia, se permite presentar situaciones totalmente disparatadas.
Definitivamente, Última noche en el Soho no es una mala película, pero sí la más floja de Edgar Wright, lo cual dice bastante a su favor. Si no fuera suya, probablemente la valoraría de forma más positiva. Podría haber sido un peliculón, pero sus errores de escritura la hunden, y la dejan como una película molona pero intrascendente.
Aprovecho, por último, para fijar mi pequeño top de películas del director, ahora que las he visto todas al menos dos veces:
1. Baby Driver (8). Mi favorita por su excelente montaje, sus espectaculares secuencias de acción y cómo está escrita a partir de la música. Demasiado guay para ser verdad.
2. Scott Pilgrim contra el mundo (8). Puede que su mejor película. Sin duda, la más atrevida y definitoria de su estilo. Y además comedia romántica, qué más se puede pedir.
3. The World’s End (8). Gary King es el personaje más gracioso que haya parido su filmografía.
4. Hot Fuzz (8). Muy divertida e inteligente, y con un tramo final estratosférico.
5. Shaun of the Dead (7). Me gusta, pero por alguna razón no conecto tanto con ella. La pongo la última —penúltima, ahora—, aunque la aclamen como la mega película de culto de Wright.
6. Última noche en el Soho (6)
La he vuelto a ver estas Navidades (cuarta vez, en realidad) y le he subido un punto. Que sí, que el guion y los giros imposibles y patatín patatán, pero en verdad es divertidísima. Y mucho más profunda de lo que parece. Tremendamente excesiva en lo narrativo y lo visual, sí, pero la propia película es consciente de ello e intenta parecerse a las obras en que se inspira. Reconocer eso hace que la experiencia como espectador mejore. Puede que haber visto «Suspiria» (la original, asombrosa) este último año también haya contribuido a estas líneas. Y que los bailes de Anya Taylor-Joy siguen siendo inolvidables, vamos.
[Crítica original]
El cine de Edgar Wright cansa. Y cansa en el mejor de los sentidos; acostumbra a ser tan cómico, imaginativo y frenético que cuando acabas una de sus películas te da la sensación de que has visto dos consecutivas. Pues bien, en este sentido, Última noche en el Soho se postula como el trabajo menos característico de su director. Para empezar, porque aunque contiene pequeños toques de humor, no es comedia, el territorio en el que mejor se mueve Wright; pero, sobre todo, porque los típicos recursos que convierten sus películas en auténticas montañas rusas desaparecen o se atenúan considerablemente aquí. El resultado es una película bastante mesurada para los estándares de locura a los que nos tiene habituados el director.
Respecto a la película tengo sentimientos encontrados. Voy a empezar por lo bueno.
Algunas secuencias me han parecido fascinantes. La primera en el Café de París y la de las luces estroboscópicas con «Land of 1000 Dances» sonando no se me van a olvidar. Del tipo de escenas que te dejan boquiabierto en el cine de lo perfectamente ejecutadas que están.
Las actrices, increíbles las dos, por supuesto, y su conexión —la de sus personajes, más bien— es el alma de Última noche en el Soho. El casting ha estado acertadísmo. Thomasin McKenzie encarna a una protagonista adorable; personalmente, me ha resultado muy creíble el baño de realidad que se lleva al llegar a Londres. Y Anya es una maldita estrella y ya está. Lo tiene todo. Las escenas en las que baila y canta son irresistibles, lo mejor de la película.
La banda sonora es estupenda, como siempre en las películas de Wright. En esta ocasión, canciones de los 60, la mayoría no muy conocidas, que seguramente escucharé mil veces en las próximas semanas, como ya me ocurrió con Baby Driver (2017).
Lo han comentado en otras críticas: la película falla claramente en su guion. (Apunto lo que más me ha chirriado en el spoiler). El problema radica en que al tratarse de una película, digamos, de misterio, el guion constituye casi la pieza más importante, y por eso Última noche en el Soho se queda un poco atrás en comparación con las obras anteriores de Wright. Es cierto que el guion de Baby Driver también flaquea bastante en su parte final, pero la película ofrece muchísimo en los demás aspectos y, a diferencia de Última noche en el Soho, es casi un musical de acción, en el que el guion no resulta tan relevante, o al menos para mí. Por otro lado, el resto de su filmografía cuenta con la «coartada» de la comedia/parodia. Scott Pilgrim contra el mundo (2010), por ejemplo, juega con la ventaja de que sus reglas son básicamente la ausencia de reglas, y por eso el director hace un poco lo que le da la gana. Ocurre algo parecido con la Trilogía del Cornetto, en la que, mediante la parodia, se permite presentar situaciones totalmente disparatadas.
Definitivamente, Última noche en el Soho no es una mala película, pero sí la más floja de Edgar Wright, lo cual dice bastante a su favor. Si no fuera suya, probablemente la valoraría de forma más positiva. Podría haber sido un peliculón, pero sus errores de escritura la hunden, y la dejan como una película molona pero intrascendente.
Aprovecho, por último, para fijar mi pequeño top de películas del director, ahora que las he visto todas al menos dos veces:
1. Baby Driver (8). Mi favorita por su excelente montaje, sus espectaculares secuencias de acción y cómo está escrita a partir de la música. Demasiado guay para ser verdad.
2. Scott Pilgrim contra el mundo (8). Puede que su mejor película. Sin duda, la más atrevida y definitoria de su estilo. Y además comedia romántica, qué más se puede pedir.
3. The World’s End (8). Gary King es el personaje más gracioso que haya parido su filmografía.
4. Hot Fuzz (8). Muy divertida e inteligente, y con un tramo final estratosférico.
5. Shaun of the Dead (7). Me gusta, pero por alguna razón no conecto tanto con ella. La pongo la última —penúltima, ahora—, aunque la aclamen como la mega película de culto de Wright.
6. Última noche en el Soho (6)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
A partir de la noche de Halloween, la película se convierte en un thriller psicológico muy genérico. Me refiero a toda esa parte en la que Eloise sufre alucinaciones constantes y pierde la noción de la realidad. Supongo que quería trasladar la asfixia que siente la protagonista al espectador, pero es que se hace muy pesada. Pienso que deberían haberla recortado bastante. Desde el supuesto asesinato de Sandy hasta el clímax, todo lo que ocurre es superrepetitivo y tedioso.
Que la casera sea Sandy se ve venir: por el pintalabios, por sus normas en cuanto a los hombres, por la reserva que muestra cuando hablan del estudio y su pasado… Y ni siquiera en un segundo visionado se descubren detalles interesantes que enriquezcan esta revelación. Como mucho, el momento en que le dice a Eloise que en verano huele muy mal y que el olor a ajo se debe al restaurante francés que hay al lado (se entiende que lo provoca ella para disimular el hedor de los cuerpos). Luego, resulta ridículo verla subir las escaleras a cámara lenta con el cuchillo y que Eloise casi ni reaccione cuando tiene delante a una anciana. Como decía antes, si esto fuera una parodia no habría desentonado, pero lo que pretende evocar esta escena es terror.
El red herring de Lindsay está fatal escrito. Con que Eloise hubiera preguntado por su profesión habría bastado, pero no, asume desde el principio que es Jack y que mató a Sandy. No se lo cuenta ni la jefa del pub, ni el otro camarero, ni el propio Lindsay, que por algún motivo se comporta como un tipo siniestro hasta el último instante. Y justo cuando hablan de su pasado, su descripción concuerda tanto con la de un policía de antivicio como con la de un chulo. Anda ya.
Además de este recurso tan forzado encuentro otros fallos de verosimilitud, pero prefiero no indicarlos porque tampoco son demasiado graves. Opino que a veces hay que hacer ciertas concesiones para disfrutar de la ficción.
Finalmente, da la impresión de que Última noche en el Soho no está concebida enteramente por la voluntad genuina de Wright, sino que viene motivada por ciertas agendas sociales. Hablo de la comprensión inmediata que Eloise muestra hacia Sandy, una vez ha descubierto que es una completa psycho killer. Sí que se establece una distinción entre la Sandy joven que «muere» en la habitación —la cantante— y la que mata a todos esos hombres —la asesina—, y Eloise abraza a la primera, a Anya Taylor-Joy, no a la segunda. No obstante, el diálogo con Diana Rigg en la habitación encierra una moralidad cuanto menos inquietante. Además, el discurso compasivo lo da un personaje diseñado para quererlo, no un antihéroe o un villano cuyos motivos debamos entender.
Normalmente, cuando surgen acusaciones ideológicas del público como estas, suelo ver la película en cuestión concienzudamente y las acabo atribuyendo a interpretaciones equivocadas de la obra, o a justicierismos morales de la actualidad que yo no comparto. Sin embargo, estoy de acuerdo con las «reclamaciones» a esta película porque el diálogo es bastante transparente, y pasarlo por alto sería una ingenuidad.
Que la casera sea Sandy se ve venir: por el pintalabios, por sus normas en cuanto a los hombres, por la reserva que muestra cuando hablan del estudio y su pasado… Y ni siquiera en un segundo visionado se descubren detalles interesantes que enriquezcan esta revelación. Como mucho, el momento en que le dice a Eloise que en verano huele muy mal y que el olor a ajo se debe al restaurante francés que hay al lado (se entiende que lo provoca ella para disimular el hedor de los cuerpos). Luego, resulta ridículo verla subir las escaleras a cámara lenta con el cuchillo y que Eloise casi ni reaccione cuando tiene delante a una anciana. Como decía antes, si esto fuera una parodia no habría desentonado, pero lo que pretende evocar esta escena es terror.
El red herring de Lindsay está fatal escrito. Con que Eloise hubiera preguntado por su profesión habría bastado, pero no, asume desde el principio que es Jack y que mató a Sandy. No se lo cuenta ni la jefa del pub, ni el otro camarero, ni el propio Lindsay, que por algún motivo se comporta como un tipo siniestro hasta el último instante. Y justo cuando hablan de su pasado, su descripción concuerda tanto con la de un policía de antivicio como con la de un chulo. Anda ya.
Además de este recurso tan forzado encuentro otros fallos de verosimilitud, pero prefiero no indicarlos porque tampoco son demasiado graves. Opino que a veces hay que hacer ciertas concesiones para disfrutar de la ficción.
Finalmente, da la impresión de que Última noche en el Soho no está concebida enteramente por la voluntad genuina de Wright, sino que viene motivada por ciertas agendas sociales. Hablo de la comprensión inmediata que Eloise muestra hacia Sandy, una vez ha descubierto que es una completa psycho killer. Sí que se establece una distinción entre la Sandy joven que «muere» en la habitación —la cantante— y la que mata a todos esos hombres —la asesina—, y Eloise abraza a la primera, a Anya Taylor-Joy, no a la segunda. No obstante, el diálogo con Diana Rigg en la habitación encierra una moralidad cuanto menos inquietante. Además, el discurso compasivo lo da un personaje diseñado para quererlo, no un antihéroe o un villano cuyos motivos debamos entender.
Normalmente, cuando surgen acusaciones ideológicas del público como estas, suelo ver la película en cuestión concienzudamente y las acabo atribuyendo a interpretaciones equivocadas de la obra, o a justicierismos morales de la actualidad que yo no comparto. Sin embargo, estoy de acuerdo con las «reclamaciones» a esta película porque el diálogo es bastante transparente, y pasarlo por alto sería una ingenuidad.