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Voto de Baxter:
9
7,8
13.343
Romance. Drama
Luo Yusheng es un hombre de negocios que regresa a su casa, en el norte de China, para asistir al funeral de su padre, el maestro del pueblo. La obsesión de su anciana madre sobre la escrupulosa observación de los ritos fúnebres le resulta inexplicable, pero acaba comprendiendo que el respeto a las milenarias tradiciones es vital tanto para su madre como para los habitantes del pueblo. Un drama sobre la tensión generacional, el respeto ... [+]
11 de marzo de 2008
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la rica filmografía del chino Zhang Yimou se percibe un inmenso talento para narrar historias sencillas de una manera casi literaria, tanto del pasado como del presente, como así lo demostró en la preciosa trilogía formada por Sorgo rojo, La linterna roja y Ju Dou, o la muy personal Ni uno menos. En todas ellas, Zhang Yimou traslada al espectador la sensación de que cada nueva película que aborda es consecuencia de su experiencia y de sus percepciones personales sobre el mundo. En su estilo se mezclan un progresivo dominio de la abstracción, de la concisión, de la síntesis narrativa. Parece poseer un talento especial para reflejar en su cine acciones fuera del tiempo, ajenas en muchas ocasiones al determinado momento histórico en el que fluye la narración por su singular naturaleza intemporal, y disfruta al hacernos cómplices de su visión de las cosas y de las circunstancias que dan vida a los personajes de sus obras.
En El camino a casa nuevamente percibimos la delicada y formal sencillez de plantearnos un historia de amor en la China de mediados del siglo XX, pero combinada con una intención paralela de penetrar en una nueva dimensión cinematográfica a través de la intensidad y preciosismo de sus imágenes, la sinceridad y limpieza de la mirada de sus protagonistas y la calidez de una narración extemporánea que rebosa verosimilitud. Todo un viaje al conocimiento del séptimo arte en un ejercicio conciso, brillante, colorista, majestuoso, en ocasiones de una sensibilidad visual embriagadora. Todo cuanto llega a los ojos y al corazón de este artista queda grabado en sus películas, su impulsiva forma de transmitir sus emociones y sus opiniones sobre el mundo desde cualquier ángulo y en cualquier época; pero al mismo tiempo toda experiencia, suya o ajena, es reconocida por Yimou como un ancestral recuerdo heredado y guardado en la zona oscura de la conciencia de donde emergen los olvidos.
En El camino a casa nuevamente percibimos la delicada y formal sencillez de plantearnos un historia de amor en la China de mediados del siglo XX, pero combinada con una intención paralela de penetrar en una nueva dimensión cinematográfica a través de la intensidad y preciosismo de sus imágenes, la sinceridad y limpieza de la mirada de sus protagonistas y la calidez de una narración extemporánea que rebosa verosimilitud. Todo un viaje al conocimiento del séptimo arte en un ejercicio conciso, brillante, colorista, majestuoso, en ocasiones de una sensibilidad visual embriagadora. Todo cuanto llega a los ojos y al corazón de este artista queda grabado en sus películas, su impulsiva forma de transmitir sus emociones y sus opiniones sobre el mundo desde cualquier ángulo y en cualquier época; pero al mismo tiempo toda experiencia, suya o ajena, es reconocida por Yimou como un ancestral recuerdo heredado y guardado en la zona oscura de la conciencia de donde emergen los olvidos.
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spoiler:
El director nos brinda un relato de amor de absoluta pureza y generosidad con un nostálgico sentido autobiográfico: la historia de amor de sus propios padres. Una historia de tradición, pasión encubierta e inocencia, concebida al amparo de un tiempo de paz relativa en la China de los Cincuenta, dividida en dos momentos y dos estéticas diferentes: la muerte y funerales del padre tras cuarenta años de matrimonio con la protagonista de la película (en un lujoso y matizado blanco y negro) y el sentido recuerdo por parte de su único hijo de los inicios de su relación en preciosas imágenes coloristas; un hombre de éxito en la China del Tercer Milenio ahora ya demasiado alejado en el tiempo y en el seguimiento de las tradiciones de la cultura ancestral, como para entender los motivos de su anciana madre por cumplir a rajatabla las costumbres y ritos pasados, sutiles dictados de su todavía enamorado corazón y ritualizada mente.
Un relato elaborado con los ingredientes emocionales y técnicos ya conocidos en sus anteriores películas, como Ju Dou o La linterna roja, aunque en esta ocasión aporta una profundidad y una hermosura únicas, conmovedoras, repleta de instantes apasionados, de primeros planos limpios, de un entorno matizado por los miles de colores de la naturaleza en sus diferentes estaciones, ensalzados por una bellísima fotografía caleidoscópica, con una sublime y sugerente combinación de ocres en las copas de los árboles y los caminos, azules en los cielos de las diferentes horas del día, los suaves verdes estacionales y los intensos tonos cálidos de las prendas de vestir de los personajes; todo un mundo de sensaciones visuales que se funden en la retina del espectador para, una vez más, hacerle cómplice de su mundo interior.
Zhang Yimou traza y cruza tiempos históricos con pasmosa nitidez y soltura; trenza una deliciosa y cautivadora música con silencios de emociones, sentimientos y vivencias experimentadas en cualquier lugar y desde siempre; relata abiertamente la concisa trama de los cuentos sagrados mediante choques de gestos y roces de sucesos envueltos en aires de eterna vigencia, soplos de la percepción de lo inmortal que nos elevan a todos y que nos acerca a esas películas dirigidas por John Ford, Dreyer o Chaplin que rozan lo sublime sin demasiado esfuerzo ornamental, sin artificios histriónicos, sin falsas opulencias, como si bajo ellas estallase un volcán de transparencia, la avalancha de la inmensa sabiduría del artista total. Zhang Yimou es un digno heredero de todos ellos. Su cine ya resulta inmortal.
Un relato elaborado con los ingredientes emocionales y técnicos ya conocidos en sus anteriores películas, como Ju Dou o La linterna roja, aunque en esta ocasión aporta una profundidad y una hermosura únicas, conmovedoras, repleta de instantes apasionados, de primeros planos limpios, de un entorno matizado por los miles de colores de la naturaleza en sus diferentes estaciones, ensalzados por una bellísima fotografía caleidoscópica, con una sublime y sugerente combinación de ocres en las copas de los árboles y los caminos, azules en los cielos de las diferentes horas del día, los suaves verdes estacionales y los intensos tonos cálidos de las prendas de vestir de los personajes; todo un mundo de sensaciones visuales que se funden en la retina del espectador para, una vez más, hacerle cómplice de su mundo interior.
Zhang Yimou traza y cruza tiempos históricos con pasmosa nitidez y soltura; trenza una deliciosa y cautivadora música con silencios de emociones, sentimientos y vivencias experimentadas en cualquier lugar y desde siempre; relata abiertamente la concisa trama de los cuentos sagrados mediante choques de gestos y roces de sucesos envueltos en aires de eterna vigencia, soplos de la percepción de lo inmortal que nos elevan a todos y que nos acerca a esas películas dirigidas por John Ford, Dreyer o Chaplin que rozan lo sublime sin demasiado esfuerzo ornamental, sin artificios histriónicos, sin falsas opulencias, como si bajo ellas estallase un volcán de transparencia, la avalancha de la inmensa sabiduría del artista total. Zhang Yimou es un digno heredero de todos ellos. Su cine ya resulta inmortal.