Pocas personas en el mundo del cine independiente americano pueden alardear de poseer un debut como el de Kevin Smith. Casi todos nosotros aún tenemos gran parte del guión de Clerks grabado en nuestras cabezas, siendo un claro ejemplo de cómo sacar oro de un proyecto carente de presupuesto a base de un guión lleno de humor joven, gamberro y sólido como pocos han visto mis ojos hasta la fecha. Quizás por eso para muchos de los que hemos seguido sus progresos desde Clerks, creamos que Kevin Smith podría ser el auténtico protagonista del curioso y desesperante caso de Benjamin Button. Diecisiete años después de dicho debut y con una abundante filmografía de por medio, parece que las obras actuales y puede que últimas en la carrera de Kevin Smith sean los primeros pasos de un cineasta nobel, mientras que sus auténticos inicios se correspondan la etapa cumbre de su carrera. Un libro escrito al revés, una filmografía que va cuesta abajo y que no aparenta tener frenos.

La primera vez que tuve referencias sobre la familia Phelps creo que fue viendo algún tipo de material de Michael Moore que ahora mismo no recuerdo. Una tribu de iluminados religiosos con una peculiar cruzada contra el colectivo gay y en realidad contra todo lo que se mueve en este planeta. Una comunidad autodenominada Iglesia, capaz de plantarse con sus miembros más jóvenes en los funerales de los soldados norteamericanos muertos en Afganistán para bendecir el 11-S. Hace unas semanas volví a tener contacto con ellos a través del programa del popular periodista español conocido como Follonero, donde se entrevistaba en persona con sus principales representantes. Justo antes de disponerme a ver la última y esperada película de Kevin Smith y sin haber leído gran cosa antes sobre ella, descubrí que la historia de Red State estaba inspirada en dichos personajes para dar forma a la que sería la primera película en clave de terror psicológico del popular cineasta norteamericano.

No existe nada de terror psicológico en ella más allá de su pobre guión y su lento ritmo de narración. Una película incapaz de ser tomada en serio en ningún momento y donde sus minúsculas pinceladas de humor negro no alivian en ningún momento el insufrible tedio al que Kevin Smith se empeña en exponer al espectador. La película parece grabada y dirigida por un estudiante de la ESO que está haciendo sus pinitos con la cámara que le ha regalado Santa Claus. Incluso el bueno de John Goodman queda reducido a nada en este despropósito cinematográfico. Desconozco los motivos que le llevaron a participar en Red State y sobre todo los que le impidieron salir corriendo al ver la tontería que allí se estaba cuajando pero siendo sincero prefiero seguir en mi ignorancia.

¿Alguien creía haber visto la pero película de Kevin Smith? Pues se equivocaba, resulta mil veces más terrorífica la progresión de la filmografía de Kevin Smith que cualquier momento de esta película. Ahórrense ochenta minutos de sufrimiento y agonía.