Cuando se trata de evocación no hay nada mejor que hacerse compañía con la música asociada a la misma película. Busca una lista de reproducción y continúa leyendo mientras escuchas.
En un ejercicio un poco autobiográfico el director Richard Linklater nos muestra los tres días previos al inicio de las clases como miembro del equipo de béisbol en una universidad del estado de Texas. Tres días que se aprovecharán al máximo para ir de fiesta, ligar y beber con un primer entrenamiento del grupo como lo más serio que sucede.
Un caramelo intrascendente que en manos de otro director podría haber sido un churro no apto ni para matar una tarde de domingo. Linklater con sus diálogos intensos y sin silencios construye una cinta que es emotiva sin ser ñoña, luminosa sin convertirse en infantil y de cierta complejidad sin ser un ensayo hermético. Y lo que es más importante: atrapa el tiempo en un relato a lo largo de tres días cualquiera en los que no pasan cosas extraordinarias que no nos hayan sucedido a millones de jóvenes de aquella época. La identificación entre irónica y nostálgica es una elemento más con el que juega de forma constante, ya sea con la música como con las actitudes y "postureos" de las diferentes "tribus" que van desfilando: hoy animales de discoteca funky, mañana uniformados cowboys al sonido del country para acabar en un concierto de punks "destroyers"
La metáfora deportiva en base a la camaradería, la cohesión de equipo y la pasión del momento también corría el peligro de ser una chapuza simplista y repetitiva. Lo hemos visto miles de veces y lo hemos calificado de americanada sosa. No sé si es porque ya me he convertido en un admirador fiel del director pero a mí más bien me ha emocionado en un ejercicio interesante porque no pasa nada extraordinario al estilo "canasta en el último segundo". Todo empieza y todo es posible. El destino se presenta ante cada uno y son conscientes de que deben cogerlo por el cuello con decisión. El final algo trascendente de los 12 años de crecimiento infantil y adolescente en la obra maestra de "Boyhoot" dispone ya de una digna continuación en tres días que condensan el paso a una madurez que, por encima de todo, vale la pena vivir en plenitud dejando "que el momento se aproveche de nosotros" y no al revés.
Sin ser una obra redonda al abusar excesivamente de los tópicos más curtidos de este "género" consigue hacer de la nostalgia y la emulación un ejercicio interesante, evocador y lleno de un sentido sin enigmáticos significados. Aunque todo ello sólo nos deje participar con pasión para encontrar un disco de Pink Floyd con un "canuto" encima. Y de fondo suena Stayin 'Alive. (7,5 / 10)