Una Kate Beckinsale teñida de rubio (como en “Contraband”, y mira que le sienta bien) hace de madre con problemas psicológicos en nueva casa con inquilinos invisibles.
Si fuera la típica y tópica historia de casa encantada, podría llegar a entretener cuanto menos, pero aquí todo está hecho tan mal y tan confuso, que si lo llego a saber me pongo a ver otra cosa.
Tenemos a una dependienta chismosa estúpida, más aún que la vieja que da pistas de la investigación. Hay también un “manitas”, que a veces parece que se ha escapado de “Perros de paja” y que se quiere liar con la protagonista sin venir al más mínimo cuento.
Anda por hay un viejo con un perro, que da menos miedo que un inspector de Hacienda.
Hay también un cuarto secreto que si entras se cierra la puerta sola (vaya novedad), pero como las escenas de supuesto terror están fatalmente realizadas y la música no acompaña para nada, da bastante menos terror que las noticias de la tele.
Es muy mala, y más si la comparamos con el buen cine del género que se hace últimamente.
Ni siquiera funciona la intriga de una investigación muy poco interesante (prefiero las que hace Íker Jiménez).
Todo ello además con un montaje penoso. El director trata de confundirnos y que no sepamos qué es aparición fantasmal y qué alucinación, pero como lo hace tan mal, al final importa un bledo todo eso. Ah, ¿cuántas veces han intentado asustarnos ya con algo que se refleja al cerrar bruscamente la puerta con espejo del armario del cuarto de baño?
Y el remate es la escena de la cena, en la que Beckinsale se hace la borracha. Es patética. Y yo que creía que era una actriz más o menos buena.