La descomunal figura de una niña con los brazos abiertos se erige frente a un misterioso centro de investigación científica y tecnológica. El ilusionante ascenso de un joven trabajador de origen ruso a “Devs”, la parte más secreta de la empresa, es el arranque de esta interesante miniserie de ciencia ficción y misterio.
Aunque se trata de una trama relativamente tranquila y que se toma su tiempo (sobre todo para tener solo ocho entregas), al mismo tiempo ha logrado engancharme como espectador prácticamente desde los primeros minutos. Los misterios y la intriga, junto con sus respuestas, van llegando dosificados de una forma muy inteligente para que queramos llegar hasta el final.
También es una serie que, a la vez que nos habla de ciencia vanguardista, no se excede lo más mínimo con los efectos especiales y la fantasía. Quitando algún escenario y cierto diseño de producción, no veremos mucha grandilocuencia futurista, lo cual le da credibilidad.
Como mínimo, pica la curiosidad con algunos giros y sorpresas. Y su narrativa no es para nada convencional, sin llegar a ser cargante o pretenciosa.
También tiene tiempo para explorar un poquito los dramas de los personajes, con la extraña forma de vida de los científicos, aunque siempre tienen sus motivaciones para hacer lo que hacen.
Las disquisiciones sobre la inevitabilidad del destino y el determinismo del universo siempre resultan interesantes. Aquí las tratan de manera relativamente comprensible, sin tratar de volvernos locos como en otras historias de ciencia ficción mucho más complicadas de entender.
Quizás la lentitud de ritmo le pasa factura en ciertos momentos, como por ejemplo el cuarto o el séptimo episodios. Pero, en general, le doy el visto bueno a esta propuesta de ciencia ficción minimalista de Alex Garland.
Eso sí, la banda sonora me parece totalmente horrenda, tengo que decirlo.