Hay series que sostienen al personal y le ayudan a no desfallecer. Eso es lo que hace "Mujeres desesperadas", una serie fácil de ver pero muy difícil de hacer, ideal para las noches solitarias en las que no quieres pensar demasiado pero tampoco ver cualquier rollo. Es una comedia magnífica y también con grandes puntos de misterio, muy ácida y que va al grano pese a tener tantos capítulos. No se detiene en nada y, cuando te quieres dar cuenta, la trama ya ha caducado.

La serie goza de cuatro protagonistas de aplauso. Las definiría como buenas personas que hacen cosas malas. Cada una de ellas es un pecado con patas: Susan Meyer es la cobardía y la inmadurez; Lynette Scavo es la mentira, porque miente que da gusto; Gabrielle es el egoísmo y el interés; y Bree Van de Kamp encarna el peor de todos, la perfección.

Todas ellas son personajes explosivos, complejos y divertidísimos, cuyo mayor éxito es que ninguna opaca al resto. Si bien es cierto que Teri Hatcher es una auténtica bomba, al nivel de actriz de cine de primer nivel, y Marcia Cross realiza un trabajo magnético; tanto Felicity Huffman, que exprime cada momento de su personaje, como Eva Longoria, que a priori parecer estar por debajo del resto, con el paso del tiempo logra crecer y superarse con una progresión envidiable.

Cada una tiene su momento para brillar y todas están perfectamente definidas, flanqueadas por sus maridos, ex maridos, novios y amantes, que hacen lo que harían las mujeres en cualquier otra serie en la que los protagonistas fuesen ellos. Pero ojo, porque en "Mujeres desesperadas" ellos son secundarios, pero no triviales. Cada uno posee su propia personalidad y sabe sacar cabeza entre las cuatro protagonistas. Incluso hay secundarias, como la señora Hubber, la Tillman, la McCluskey o Katherine, que también pueden mirar a la cara a las protagonistas.

La serie se refugia en una comedia muy de guión y de situaciones gráficas, sin llegar a meterse en el barro ni regodearse en el surrealismo. Es un monumento a las mujeres y a sus problemas, tanto los más profundos como los más nimios, en esa fina línea que separa la gracia de la chorrada. La realidad, aquí, está distorsionada, pero no resulta imposible de creer. Todo lo que sucede es potencialmente real, todos conocemos gente como esta y a todos, no nos engañemos, nos gustaría pasar una temporada en Wisteria Lane.