Colombo y Mcmillan son contemporáneos. En el primero había un personaje in absentia , su mujer, en una constante
deixis ad phantasma. En el segundo, ahora sospechamos el por qué, la cámara se nos mete en el mismo lecho conyugal junto con su señora, esa universitaria vestida a lo hippy que parece la chica más popular del campus de Berkeley. Asistimos a tiernos besuqueos que en su día impactaron al varón hispano setentero, poco dado a efusiones de afecto con su pareja, al menos en público.

Los primeros doce episodios son algo pobres. Transcurren en decorados la mayor parte. Luego hay un cambio y parece que le aumentaron el presupuesto y ya hay muchas escenas en exterior. Las corbatas y americanas de fantasía que luce Mcmillan crearían tendencia en algún descerebrado.

El personaje de la señora Mcmillan sorprende por su naturalidad, su desparpajo, su físico casi latino, aniñado, el éxito de la serie fue suyo debía ser como un paradigma femenino que rompía con personajes ya estereotipados.. La cámara , repito se nos mete en el dormitorio, que es como el centro neurálgico de la serie, la cocina, por así decir. Gran actor Hudson, el mejor en la comedia, más que Grant, lo afirmo y lo sostengo.