Qué barrio privado y costoso de gente extraña: exmilitar que disfruta torturando y que cuenta con un equipo de espionaje que le envidiarían la CIA y el Mossad; joven vándalo; matrimonio incestuoso; niño hemofílico que no se cura; otro militar, pero este solamente desertor de a ratos; un pintor de paredes que vive en una casa de lujo; una mujer que se acuesta con su cuñado a escondidas de la hermana; otra a la que le matan al hijo y sonríe durante toda la serie; el inexplicable amigo inútil y alcohólico del protagonista (¿de qué vive?), etc. etc. Y yo que me quejaba del mío...
Y todos ellos y alguno más son sospechosos en algún momento, y de todos los sospechoso/as disponibles se quedaron con la menos probable, diría con la imposible, que, además, premedita un crimen con... una linterna común de plástico. Esto no es intriga, sino estafa al espectador.
Y como gran cierre: un final abierto al estilo de los grandes realizadores. Mucha pretensión.
La culpa es solo mía, nadie me la recomendó y había jurado no ver más series de tamaña extensión.