Me faltó el canto de un duro para perdérmela. A priori, no me llamó excesivamente la atención. No obstante, decidí darle un voto de confianza. Y lo aprovechó al máximo. Cuando pensaba que tras haber disfrutado de auténticas joyas como Luz María, Café con aroma de mujer o Corazón Salvaje, mi idilio con el mundo del culebrón era ya cosa del pasado, de pronto llegó una telenovela mexicana que me hizo volver a soñar, una de mis palabras favoritas (aunque sin olvidarme de vivir).
Echo la vista atrás para intentar explicaros qué es lo mejor de Victoria. Y lo mejor es que te crees la historia, te crees el amor de ese tipo bromista y encantador (que oculta sus miserias a base de chistes y más chistes) por una mujer desencantada de la vida que precisamente ha olvidado lo más importante de todo: que antes de madre o esposa, es una mujer. Una mujer que puede enamorarse aún como una quinceañera, y sentir celos e inseguridades y hasta el orgasmo más glorioso. Y te enternecen Victoria y Jerónimo por ese amor tan sencillo, sin florituras, simplemente surgido de una complicidad mutua que sabe sortear las trampas del destino.
También me atrae la (casi) total ausencia de maldad en los personajes. No hay un verdadero malo en esta función y eso me encanta, me encanta ese cambio con respecto a los argumentos tradicionales. Aquí, los únicos obstáculos son los que ponen los propios protagonistas. Si aún quieren creer que lo extraordinario puede surgir de lo más normal y cotidiano, disfrutarán con Victoria.