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Voto de RAMON ROCEL:
8
Drama A finales del siglo XIX, la mansión Amberson es la más fastuosa de Indianápolis. Cuando su dueña, la bellísima Isabel, es humillada públicamente, aunque de forma involuntaria por su pretendiente Eugene Morgan, lo abandona y se casa con el torpe Wilbur Minafer. Su único hijo, el consentido George, crece lleno de arrogancia y prepotencia. Años más tarde, Eugene regresa a la ciudad con su hija Lucy, y George se enamora de ella. (FILMAFFINITY) [+]
11 de octubre de 2010
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llega una época en la vida, en la que uno se da cuenta que ciertas cosas que murmura la sociedad como que ya no cuadran. Y tiene uno la sensación de que la vida se ha distorsionado de tal modo que parece un carruaje que empuja a los caballos. Esta forma invertida de ver la vida, de anteponer cosas banales, frívolas y la constante emoción vertiginosa de vivir la vida como si uno fuera en un auto fórmula 1, en dirección a un lugar sin rumbo. Frenética y furiosa manera de correr por el tiempo, dejando atrás la época de los carruajes, luego la invención del automóvil, luego los bólidos. Esto es la sensación que parece impulsar a los genios como Orson Welles. Llenos de vitalidad y energía inagotable, que los conduce al empecinamiento.

Siempre he dicho que Welles es el niño genio, bromista pesado del cine. Y “El cuarto mandamiento” retrata este espíritu inquieto, rebelde, arrogante, magnificente. En cada uno des sus encuadres, de su fastuosidad, estamos viendo al megalómano hombre deseoso de halagos. Casi como una radiografía, Orson Welles nos muestra parte de su mundo, adoptando una novela que le va bien.
Hombres o mujeres somos intelectualmente autosuficientes:
“Si nosotros somos así, demasiado listo para nuestro propio bien. Hasta nos encanta que nos llamen precoces. Nuestra educación ha servido para inflarnos de orgullo como globos de “Cantoya” pero procuramos ocultarlo. Secretamente sentimos que somos capaces de flotar por encima de los demás con el poder de nuestros cerebros”
“El progreso científico, como la creación del automóvil, nos hace creer que no hay nada imposible para el hombre. La sabiduría es todopoderosa. El intelecto conquista la naturaleza, el medio ambiente. Ya que somos más brillantes que la mayoría. Con solo pensarlo, ganamos la carrera a la vida"
"El dios del intelecto, desplazó al dios de nuestros padres; pero el orgullo parece tener otros planes. Después de creer que hemos ganado la carrera con nuestros coches sin caballos y sentirnos triunfadores en el circuito, resulta que estamos perdiendo todo. Nos damos cuenta que tenemos que recapacitar, pues una vida en la que los caballos van detrás del coche y no adelante… nos lleva a las pistas del valle de la muerte”
RAMON ROCEL
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