Consecuencias fatales contadas con frialdad y algo de impacto, encuentra salidas aunque en realidad no se atreva a salir, se olvida de la química y atiende a las obligaciones del cine, y es que de la angustia terapéutica se pasa al thriller más digamos convencional, la conducta errática y todos los efectos secundarios son una trampa que nunca se introduce en la paranoia real ni arremete contra la industria farmacéutica, un nuevo medicamento y charlas entre psiquiatras se postulan de forma imparcial ante un negocio cada vez más sospechoso, pero que nunca el cine consigue desenmascarar.

La depresión y las vivencias con el Ablixa, medicamento supongo inexistente, pero que nos vale para el miedo y la publicidad, otros casos sí que son reales, y ahí entran las tendencias de suicidio y otros efectos, todo ello encaminado a consumir al protagonista, su profesión y su vida familiar se ponen en peligro, un proceso con una confusa narración que avanza hacia la desesperación y somete a una amenaza absoluta sobre quién va a pagar, una situación complicada que no mancha al sistema pero que, como cine, alcanza credibilidad y efectos colaterales fatales en la profesión.

No es brillante, ni mucho menos terrorífica, porque todo ocurre a un ritmo acelerado en su resolución y porque no hay ni una sola secuencia paranoide, pero que se centra en una tragedia que cambia el sentido de las mareas para sorprender y encontrar la mentira en la neblina, inversiones en bolsa y sueros de la verdad, parecía imposible recuperar la vida entre tantos millones, una conspiración que hace renunciar en un método que nadie pensó, encaja el suceso y deja pinceladas, pero siempre son pinceladas cuando se habla de medicamentos, visitadores, inversores y laboratorios.