La ágil realización de Kim Jee-woon consigue generar en el espectador un perpetuo suspense ante la trama, consiguiendo no dejarte apenas pestañear durante todo el discurso. Sin embargo, la realización falla en su poca capacidad para sugerir la violencia en lugar de utilizarla como elemento ornamental, como si fuese estético o aportase algo a la narración esa puesta en escena. También el guión flojea según la trama se va complicando, introduciendo escenas inverosímiles y bizarras, que podrían haberse resuelto de forma más coherente y constructiva.

Finalmente, pese a un desenlace, en mi opinión, fantástico, la sensación que queda es que el propio autor de la obra da más importancia a la forma que al fondo, cuando en esa forma es donde se equivoca y no viceversa. Y es que la repetición constante de un tipo de sentimiento o emoción para con el espectador, acaba generando muy poca empatía hacia los personajes, desvinculando al lector audiovisual de la diégesis y haciéndole sólo participe de la morfología escenográfica. Una lástima.