Edulcorada. Otra serie americana de las de entonces original y fresca, sin pretensiones ninguna. No hacía falta pensar, ni estar atento o tomar nota, solo ponerse a ver a Samanta con ese deje en el hablar tan meloso y convincente. Tan suave y encantador.
La serie tenía mucho azúcar.
El marido estaba receloso, normal, pero sobre todo le traía de cabeza que la suegra aparecía cada dos por tres por casa para cascar con la hija y el tío eso no lo llevaba bien.
El marido, hombre de empresa, odiaba profundamente que en su casa se hiciera magia, o trucos, o brujería. Era la magia de: ahora está aquí esto, ahora no está. Ahora aparece lo otro y tú no te acuerdas de nada. Una magia muy positiva y sencilla, sin terrores ni nada malévolo. A mi me parece una buena magia y a cualquiera, supongo, pero al marido no le gustaba nada y es el que manda conque a callar, porque entonces la sociedad era así, pero eran las brujitas las que al final triunfaban, le dejaban que protestara y todo eso, pero se hacía lo que ellas querían que para eso tenían poderes.
Ahora bien, hay que señalar que el humor más efectivo surgía cuando venían invitados a la casa y sobre todo, cuando llegaba el jefe del marido de visita. ¡La de hechizos que se llevó el tío ese para el cuerpo! Y todo para arreglar algún entuerto recién formado.
Daba gusto con Samanta. Llegaba montada en la escoba, hasta la cocina, moviendo su naricita respingona, con sus vestiditos estrechos y nunca una mala contestación ni un mal gesto...