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Cine negro
El Sindicato del Crimen controla la ciudad. Nadie sabe quién es su jefe, a quien llaman "el Anciano". La corrupción se ha adueñado de las instituciones e incluso de las fuerzas del orden. Thomas McQuigg, un honrado capitán de policía, ha sido trasladado por sus superiores a una comisaría de barrio para mantenerlo al margen. Pero él no se rinde: con la ayuda de Johnson, un policía tan íntegro y valiente como él, emprende una implacable ... [+]
16 de julio de 2017
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Robert Mitchum tiene las espaldas muy anchas y advierte: En mi distrito ni aparezcas. Enfrente Robert Ryan no le tiene miedo, le sobran redaños pero le falta un poco de prudencia, es un gangster de los de a tiro limpio, pero el pobre se queja: Tengo una pandilla de inútiles que no saben ni cruzar la calle.
Cierto. El poder oculto quiere suavizar las formas, funcionar de otra manera, igual ya estaban pensando que en vez de sobornos a los demás, el político se sobornará a sí mismo aumentando sus cuentas corrientes. Luego de gobernador, juez o fiscal ya devolverá favores.
La trama está bien explicada, el aspecto policial se mezcla bien con el aspecto familiar y éste no es gratuito porque una de las escenas en la que Robert Mitchum hace entrar a su despacho a la mujer del policía Johnson, es verdaderamente emotiva. El contraste entre la legalidad y la corrupción es tan diáfano que enseguida te posicionas en el lado auténtico, y sin trampas porque en la comisaria aunque tienen sus recursos poco ortodoxos, todos son una piña y el espectador lo aprueba. Acierto del director y de los actores, por supuesto.
Lizabeth Scott queda en un segundo plano, una mujer del cine negro por la que uno siente verdadera predilección, pero no tiene más participación, aunque veces, un poco de espacio es mucho.
Cierto. El poder oculto quiere suavizar las formas, funcionar de otra manera, igual ya estaban pensando que en vez de sobornos a los demás, el político se sobornará a sí mismo aumentando sus cuentas corrientes. Luego de gobernador, juez o fiscal ya devolverá favores.
La trama está bien explicada, el aspecto policial se mezcla bien con el aspecto familiar y éste no es gratuito porque una de las escenas en la que Robert Mitchum hace entrar a su despacho a la mujer del policía Johnson, es verdaderamente emotiva. El contraste entre la legalidad y la corrupción es tan diáfano que enseguida te posicionas en el lado auténtico, y sin trampas porque en la comisaria aunque tienen sus recursos poco ortodoxos, todos son una piña y el espectador lo aprueba. Acierto del director y de los actores, por supuesto.
Lizabeth Scott queda en un segundo plano, una mujer del cine negro por la que uno siente verdadera predilección, pero no tiene más participación, aunque veces, un poco de espacio es mucho.