En estos días he escuchado opiniones muy dispares acerca de este thriller basado en el best-seller homónimo de Dan Brown, el archifamoso autor de "El código Da Vinci". Por un lado, en la radio oí comentar que era mala. Y, al entrar esta noche en el cine, un hombre que acababa de verla nos comentó a mi hermano y a mí que era buena. Yo entré dispuesta a dejarme llevar por mis propias impresiones y siendo fiel a mí misma.
A lo mejor Ron Howard no es el mejor director de nuestros tiempos, pero sabe rodar un thriller de infarto.
"Ángeles y demonios" me ha aportado unas cuantas cosas. Por ejemplo, aunque las novelas de Dan Brown puedan resultar algo fantasmonas, sin embargo para mí son tremendamente entretenidas y hasta aprendo un poco de historia de la religión, de simbología arcana y de organizaciones y conspiraciones secretas. Por muy fantasma que sea un libro de Brown, ese escritor ha investigado lo suficiente como para saber transmitir a través de sus novelas un montón de conocimientos subterráneos, que suelen permanecer en la sombra y que la mayoría ignoramos. No es que crea a pies juntillas lo que se muestra, sencillamente me parecen perspectivas interesantes y que podrían haber existido o hasta estar existiendo en la actualidad. Interesantes porque podrían ser cosas que han estado ocurriendo clandestinamente ante las narices de quienes temen que su posición de poder peligre.
Que si las novelas y las películas son un ataque a la Iglesia Católica, que si Dan Brown es un polémico, etc., etc... Yo me quedo al margen de toda esa controversia, que me importa bien poco. Me gusta que se vean distintas caras de la moneda, cuando las hay (y casi siempre las hay).
Ron Howard ha captado el estilo de Brown. Trepidante, cargado de enigmas que hay que resolver, relacionados con la poderosa Iglesia Católica y conspiraciones para socavar su poder. Y quién mejor para desenredarlos que Robert Langdon, profesor de la universidad de Harvard experto en simbología religiosa y pagana (ambos matices a menudo vienen a ser lo mismo).
Una amenaza se cierne sobre El Vaticano y sobre Roma. El Papa ha muerto, y durante el período en el que el trono de San Pedro permanece vacante hasta la elección del nuevo pontífice, se comete un robo en una base científica dedicada a estudiar la generación de la materia. Es decir, se investiga cómo pudo producirse el origen del Universo, el origen de todo lo que conocemos.
El objeto robado es potencialmente un arma mortal y apocalíptica que, de no ser desactivada a tiempo, destruiría todo El Vaticano y buena parte de Roma. Además, los cuatro cardenales "preferitti", los cuatro con más opciones a salir elegidos como nuevo Papa, son secuestrados y amenazados de muerte.