Sí, ya sé que he puesto un título muyyy largo para esta crítica, pero es que la inspiración me lo ha dictado y no se me ocurre otro más adecuado.
Esta bonita y tierna comedia es una alegoría que profundiza en los deseos que todos los niños sienten alguna vez de crecer más deprisa, porque tal vez anhelan emular a los adultos y porque interioricen la idea (que resulta no ser tan cierta) de que los adultos tienen más libertad para hacer lo que se les antoje.
En realidad, mirando más allá de la superficie, esta historia es un magnífico, sencillo y acertado análisis de lo que significa ser niño y de la importancia de no dejar nunca atrás definitivamente esa niñez que todos hemos tenido.
Trata en esencia sobre un niño que quiere ser mayor, y sobre mayores que comienzan a despertar su infancia dormida. Sobre el descubrimiento de que esos primeros años de la vida son los más bellos y los más indelebles.
Plantea qué sucedería si un niño se despertara una mañana con un cuerpo y una voz de hombre, tras haber deseado fervientemente ese momento. ¿Qué haría este niño con apariencia adulta? ¿Cómo se abriría camino en la vida? También se demuestra cómo, cuando uno se ve obligado a ello por las circunstancias, se es capaz de tomar decisiones propias y de salir adelante, aunque sólo se tengan trece años.
Bella y dulce comedia aparentemente simple pero a la que yo encuentro bastante trasfondo y que me deja muy buen sabor de boca, un sabor a nostalgia y a reencuentro con la niña que fui.