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Voto de Vivoleyendo:
10
Drama Un anciano matrimonio reúne a cuatro de sus hijos, ya independizados, para comunicarles que están arruinados y los van a desahuciar en un plazo muy breve. Los hijos deciden entonces repartirse a sus padres: uno se queda con la madre y otro con el padre, lo que supone un duro golpe para los ancianos, ya que han vivido juntos toda la vida. (FILMAFFINITY)
17 de diciembre de 2009
39 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es un asco hacerse viejo. Lo es cuando compruebas que comienzas a menguar, que tu cuerpo ya no responde como solía, que tus facultades son más limitadas. Pero no hay nada peor que sentir que eres un estorbo. Es entonces cuando sientes la carga de la vejez. La sientes cuando todos te tratan con esa condescendencia hiriente, como si fueras un niño caprichoso ya crecidito. La sientes cuando dejas de sentirte útil. Y, por encima de todo, la sientes cuando tus hijos no tienen sitio para ti.
No pediste hacerte mayor, ni que de buenas a primeras dejaras de ser productivo, ni que te rechazaran en cualquier empleo, porque en ningún lado quieren a un anciano. La ancianidad, en estos tiempos materialistas, es sinónimo de torpeza y de ineficacia.
No pediste que ya nadie te permita valerte por ti mismo, ni que te dejaran desvalido.
Tenías tu vida, eras un sostén firme para tus seres amados, y te han quitado lo más preciado que podían quitarte: tu dignidad. Sí, la sociedad te la arrebata cuando ve que tienes arrugas, que tu andar ya no es ágil, que tus reflejos físicos y mentales son más lentos, y que tu voz suena más cascada.
Y los primeros en arrebatártela son tus hijos.
Los has cuidado con mimo, has velado por ellos, les has entregado hasta la última partícula, sin pedir a cambio más que su felicidad. Nunca has pedido más. Los padres saben que los hijos no pueden retribuir ni la centésima parte de lo recibido, y es lo lógico. Así es como son las cosas.
Mientras los progenitores se valen por sí mismos y son los cimientos de la familia, y los retoños van creciendo y se buscan su camino, las cosas están en su lugar.
Lo malo, lo terrible, llega cuando los padres se transforman gradualmente en ancianos y hay que afrontar los tiempos en que hay que cuidarlos. Los hijos se acostumbran mal y se vuelven egoístas. No asumen con facilidad el hecho de que los cuidadores pasen a ser los que han de ser cuidados. Y ninguno parece tener lugar para ellos. Es muy incómodo tener a mamá y a papá en casa. Hay que cambiar los hábitos, hay que sacrificarse y tener menos tiempo libre. Hay que convivir en un estado de cosas en el que los papeles se han trastocado. Con la diferencia de que, mientras papá y mamá se entregaron a nosotros en cuerpo y alma, nosotros nunca podremos hacerlo. Nos sentiremos mezquinos. Llevaremos mal la obligación. Porque, sí, es una obligación, algo que debería ser un gesto espontáneo de entrega. Porque no podemos engañarnos: es un engorro. Papá y mamá no son niños, aunque lo son de otra índole. Es curioso cómo se acercan la infancia y la vejez. Con la diferencia de que la vejez es muy ingrata, con la cárcel de un cuerpo en decrepitud y de unas capacidades que disminuyen.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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