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Aventuras. Drama
En 1952, siendo el "Che" Guevara (Gael García Bernal) estudiante de medicina, recorrió América del Sur, con su amigo Alberto Granado (Rodrigo de la Serna), en una destartalada moto. Ernesto es un joven estudiante de medicina de 23 años de edad, especializado en lepra. Alberto es un bioquímico de 29 años. Ambos jóvenes emprenden un viaje de descubrimiento de la rica y compleja topografía humana y social del continente hispanoamericano. ... [+]
17 de junio de 2008
23 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
De niña, yo padecía un asma que mes tras mes me postraba con agudos ataques de asfixia. El proceso era siempre el mismo: empezaba con una infección de garganta que descendía hasta los pulmones, provocando la crisis.
Las fases de aquellos accesos eran invariables: al principio la faringitis, al día siguiente inflamación de la tráquea, y finalmente los bronquios se iban cerrando paulatinamente. La asfixia iba llegando inexorable. Mi respiración se oía por toda la casa, como si tuviera muchos silbatos metidos en el pecho. Yo, con la fuerza de la costumbre y ese milagroso aguante de los niños, soportaba el tirón hasta que literalmente el hecho de hacer llegar aire a mis pulmones se convertía en una lucha titánica. Respirar, algo que antes hacía sin advertirlo, ahora era una batalla a muerte.
Cuando lo peor llegaba, cuando yo casi deliraba de fiebre y sentía el ardor del infierno que me arrastraba, mi madre y mis abuelas se plantaban a mi lado y llevaban a cabo ese misterioso milagro que sólo el amor más fuerte puede realizar.
Cuando yo creía que finalmente me asfixiaba, cuando ya estaba al límite de mis energías y me sentía incapaz de pelear por otra brizna de esquivo aire, sucedía. En ese instante crítico, en la cumbre del sufrimiento, comenzaba el alivio. Los demonios se batían en retirada. El infierno se alejaba. El precioso aire iba entrando a borbotones en unos pulmones que hasta un segundo antes habían estado prácticamente bloqueados. Tras tanto esfuerzo, caía en un profundo sueño y, al despertar, mi respiración era casi normal.
Nunca supe el porqué de aquellos pequeños milagros. Por qué el abismo se retiraba cuando estaba a punto de tragarme.
Con los años, aquellos ataques desaparecieron, y actualmente sólo padezco un leve asma de esfuerzo. Los médicos dijeron que se debía a que mi cuerpo se fortaleció con la edad, y los agentes causantes de las bronquitis asmáticas dejaron de afectarme.
Ernesto Guevara padecía un asma galopante, como yo de niña.
El asma es una lucha, una batalla personal. Como él decía, "hay que luchar por cada bocanada de aire". Y no sólo por padecer esa enfermedad.
Al igual que con el asma, la vida es una lucha constante contra una asfixia que se arroja encima en cualquier momento. Éste es el descubrimiento que hizo Ernesto a lo largo de su viaje por Sudamérica.
Un descubrimiento que llegó con la experiencia y las voces de la injusticia y de la dificultad de la supervivencia de tantas gentes con heridas en el alma y en el cuerpo.
Lo que empezó como un ansia de aventura, de huida y de libertad, terminó como un sendero hacia la madurez y la gestación de unos principios que trató de derramar por donde quiera que pasara.
Las fases de aquellos accesos eran invariables: al principio la faringitis, al día siguiente inflamación de la tráquea, y finalmente los bronquios se iban cerrando paulatinamente. La asfixia iba llegando inexorable. Mi respiración se oía por toda la casa, como si tuviera muchos silbatos metidos en el pecho. Yo, con la fuerza de la costumbre y ese milagroso aguante de los niños, soportaba el tirón hasta que literalmente el hecho de hacer llegar aire a mis pulmones se convertía en una lucha titánica. Respirar, algo que antes hacía sin advertirlo, ahora era una batalla a muerte.
Cuando lo peor llegaba, cuando yo casi deliraba de fiebre y sentía el ardor del infierno que me arrastraba, mi madre y mis abuelas se plantaban a mi lado y llevaban a cabo ese misterioso milagro que sólo el amor más fuerte puede realizar.
Cuando yo creía que finalmente me asfixiaba, cuando ya estaba al límite de mis energías y me sentía incapaz de pelear por otra brizna de esquivo aire, sucedía. En ese instante crítico, en la cumbre del sufrimiento, comenzaba el alivio. Los demonios se batían en retirada. El infierno se alejaba. El precioso aire iba entrando a borbotones en unos pulmones que hasta un segundo antes habían estado prácticamente bloqueados. Tras tanto esfuerzo, caía en un profundo sueño y, al despertar, mi respiración era casi normal.
Nunca supe el porqué de aquellos pequeños milagros. Por qué el abismo se retiraba cuando estaba a punto de tragarme.
Con los años, aquellos ataques desaparecieron, y actualmente sólo padezco un leve asma de esfuerzo. Los médicos dijeron que se debía a que mi cuerpo se fortaleció con la edad, y los agentes causantes de las bronquitis asmáticas dejaron de afectarme.
Ernesto Guevara padecía un asma galopante, como yo de niña.
El asma es una lucha, una batalla personal. Como él decía, "hay que luchar por cada bocanada de aire". Y no sólo por padecer esa enfermedad.
Al igual que con el asma, la vida es una lucha constante contra una asfixia que se arroja encima en cualquier momento. Éste es el descubrimiento que hizo Ernesto a lo largo de su viaje por Sudamérica.
Un descubrimiento que llegó con la experiencia y las voces de la injusticia y de la dificultad de la supervivencia de tantas gentes con heridas en el alma y en el cuerpo.
Lo que empezó como un ansia de aventura, de huida y de libertad, terminó como un sendero hacia la madurez y la gestación de unos principios que trató de derramar por donde quiera que pasara.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Independientemente de lo que fuese después (revolucionario, guerrillero, asesino y todo lo que lo llamen, reconociendo que yo no mitifico ni ensalzo en absoluto su figura como no lo hago con la de nadie que encabece revoluciones sangrientas y violentas para conducir a regímenes que no son mejores que los que se pretendía derrocar), aquí se prescinde del mito del Che y se bucea en sus orígenes, en las inquietudes de un muchacho que salió de su mundo acomodado para descubrir las duras realidades sociales y unirse a su causa.
No vemos al líder de una revolución. Sólo vemos a un chico corriente y asmático que se embarcó en la primera gran aventura de su controvertida vida con la compañía de un amigo de correrías, de una moto vieja y de un mundo que se le ofrecía paso a paso en toda su belleza y crudeza.
Road-movie hacia el corazón y hacia la conciencia.
No vemos al líder de una revolución. Sólo vemos a un chico corriente y asmático que se embarcó en la primera gran aventura de su controvertida vida con la compañía de un amigo de correrías, de una moto vieja y de un mundo que se le ofrecía paso a paso en toda su belleza y crudeza.
Road-movie hacia el corazón y hacia la conciencia.