Una cinta prodigiosa desde el nivel visual, un filme muy atractivo desde lo meramente estético y desde las composiciones técnicas.

La historia es fantasía pura, un relato literario interactivo donde un ser humano con sus sueños puede llegar a interrelacionarse con personajes ficticios.
La trama es simplista pero creativa, aunque sin muchas variantes como para absorber más de la cuenta y ello era esperable dado que el metraje apenas dura hora y media, y además estaba destinado para el público infantil.

Allá por la década del ochenta fue una cinta que llamó la atención de la comunidad cinéfila amante de la fantasía, pero vista hoy día exhibe bastantes limitaciones desde el nivel de “absorción” que logra en el espectador, pues el tono demasiado pueril y la ausencia de elaboraciones más complejas desde el entramado narrativo hacen que la cinta no llegue al nivel de efectividad de obras fantasiosas competidoras como “Legend” de Ridley Scott o “Labyrinth” de Jim Henson.

El discurso de fondo es una oda a la imaginación y a la esperanza de la humanidad que no encuentra límites, es un positivo alegato a las ganas de vivir, las cuales son la clave con la que se debe vencer a la frustración y a la depresión que vendrían a estar representadas metafóricamente por “La Nada”, ese personaje abstracto que va provocando la destrucción del mundo donde interactúan los personajes del relato.

También son destacables los efectos especiales, el nostálgico tema "The Neverending Story" interpretado por Limahl, y la extraña partitura musical que combina melodías sinfónicas adecuadas para acompañar el espíritu aventurero del relato y otras composiciones musicales más comerciales y modernas.

En fin, nadie niega que una generación creció degustando esta historia de fantasía interminable, pero también convengamos que analizada fríamente desnuda falencias, y si la comparamos con otras opciones coetáneas sale perdiendo.