El buen doctor Frankenstein es descongelado (nunca mejor dicho) para una nueva entrega de la franquicia Hammer, encantada de contar con un actor del calibre de Peter Cushing para dar vida al célebre médico al que Mary Shelley hizo jugar a ser un moderno Prometeo. No obstante, en esta ocasión nos hallamos ante una historia coral donde el personaje es una pieza destacada pero no monopoliza el relato.

Terence Fisher amortiza de buena forma los fantásticos decorados (que vemos deliciosamente falsos y nos recuerdan al aspecto que deberían tener las casas en la Lavteria del universo Marvel) y dirige con su sobriedad habitual una historia de atmósfera donde nos acordamos de ese relato maravilloso y oscuro llamado "El pacto".

Preguntas sobre el alma y lo deseos de venganza que se reflejan de maravilla a través del personaje de una Susan Denberg que, probablemente, debió sacar más partido de las transformaciones de su protagonista, un eje vertebrador del metraje.

Aunque lo que preside todo es esa cruel guillotina que ajusticia e iguala a todos en su injusticia sanguinaria. El gran Peter Cushing, al igual que la audiencia, asistimos entre interesados y perplejos ante la crueldad y estupidez que rodea a este perdido pueblo europeo.