Podemos tener la duda razonable de que un tipo tan conservador como Charlton Heston se percatase de la ambigüedad de las miradas que le brinda un brillantísimo Stephen Boyd, con ese personaje tan fascinante que es el de Mesala. La metáfora de las lanzas al principio es elocuente, nos encontramos ante uno de los romances-odios más inquietantes de la historia del cine, en el clima de una película de corte clásico y que sigue arrasando en sus reposiciones en Semana Santa, momento en el que nació para emitirse.

Proyecto que pasó por varias manos hasta la decisión definitiva de William Wyler, creándose toda una epopeya que más allá del sentimiento religioso, es una de las mejores cintas de todos los tiempos dentro de su género, donde la carrera de aurigas en el circo de Jerusalén es una de las verdaderas maravillas de montaje y una cosa revolucionaria para su época.

Charlton Heston se echa el peso de la narración en sus anchas espaldas, realmente estaba muy capacitado para este tipo de papeles y es muy creíble en todas las motivaciones de su personaje, igual que ocurre con el Marco Antonio interpretado por Marlon Brango, su magnetismo arrastra desde su aparición en la pantalla.

Una trama de venganza y redención, con secundarios que nunca han estado mejor, destacando un divertidísimo Hugh Griffith, al que también que hacer sobresalir por su doblaje al español, realmente meritorio.

Para ver una y otra vez. Tal vez demasiado endiosada en los Oscars de su momento, es indudable que estamos ante una pieza maestra, desde sus estupendos títulos de crédito iniciales.