Una película que, con el paso del tiempo, ha sabido jugar admirablemente con el factor nostalgia y los buenos sentimientos que trae. Más allá de lo idealizado de este cuento situado en el valle de California, el talento de Steven Spielberg, aquí dando sus primeros pasos, es una cuestión fuera de toda duda. Además de artista, ha tenido un olfato comercial que lo ha hecho una pieza codiciada para las productoras.

Nos hallamos ante una cinta de ciencia ficción amable, bien contada y un tanto pastelosa en algunos momentos, si bien no debemos olvidar que está, ante todo, orientada para el niño o la niña grande que todas las personas llevan en su interior. Varias veces imitada y no superada, sabe exaltar un valor tan hermoso como la amistad más allá de cualquier clase de frontera.

Siendo una buena pieza y dirigida con ingenio, una parte considerable de su aura debe adjudicarse al bueno de John Williams, quien supo dotar a la banda sonora de un ritmo reconocible para las audiencias de todo el globo. Sin duda, fue un fenómeno de taquilla que auguraba distintos de los elementos de popularidad en el cine ochentero.

A destacar en el casting a una joven Drew Barrymore que ya daba muestras de que tenía un incipiente talento como actriz.

Una peli con mucho encanto, si bien quizás se la haya inflado con el paso de los años a mi modesto juicio.