Cuando Martin Scorsese hizo esta gran película, su fe en el mundo debía de estar en horas muy bajas. Hay desolación, un New York muy distinto del que nos han mostrado otros grandes maestros, como por ejemplo, Woody Allen. Pero, como fuere, es igualmente auténtico, da la sensación de que esa gente existe o, peor aún, va a terminar existiendo si seguimos por ese camino.

Robert de Niro, en su década dorada, da otra exhibición como actor, encarando a un individuo con problemas de insomnio, recién llegado de la guerra del Vietnam, con muchos problemas para sociabilizarse y temperamento inestable. No hay más que ver sus formas de cortejar a una atractiva Cybill Shepherd para darnos cuenta de que el pobre Travis no se maneja bien por unas calles que no creó, pero amenazan con engullirle.

Una de las creaciones más personales de Martin Scorsese (si incluso se permite hacer un cameo en la misma), narra de un modo angustiado el lado más turbio de la noche de la gran ciudad. Un gran reparto acompaña a De Niro, sobresaliendo Harvey Keitel (un muy peculiar proxeneta) y una debutante Jodie Foster adolescente, llamada a seguir la carrera de actriz.

Y siempre, la inquietante pregunta, ¿en qué clase de mundo alguien como Travis se convertiría en un héroe? Probablemente, en uno muy parecido a éste.