En una época en que el cine está sobresaturado de artificios, otra vez el cine francés nos trae algo diferente y atemporal, una película llena de estruendosos silencios.

Esta historia, basada en unos hechos reales sobre los que este film ha sido bastante fiel y respetuoso, nos presenta a un grupo de hombres que de repente son rodeados por la irracionalidad y la barbarie, y ante esta, lejos de comportarse como héroes al uso, dudan, nos muestran sus miedos, explican el sentido de su vida, y lo dan todo por lo que creen, que no es tanto Dios, como la comunidad y las personas de las que se sienten responsables, y a las que no pueden abandonar.

Es un historia también de amistad entre ellos, y de amor y perdón a todos en general, narrada con espartana puesta en escena donde vemos su día a día, la forja de su carácter, y como con firmeza, y sin estridencias, se encaminan a la única decisión posible, y que todos, agnósticos o creyentes, creo que podemos llegar a entender.

Por último referirme al estremecedor texto que se lee al final del film del personaje encarnado por Lambert Wilson, ni el mejor guinista del mundo hubiera podido emplear unas palabras tan bellas y de sincero perdón, como las que escribió en tan horrendo trance el auténtico padre Christian.

Una obra maestra que nos adentra en una dimensión moral de tal calibre que traspasa la propia pantalla para acabar mirándonos a nosotros mismos.