Interesante película del director portugués afincado en Barcelona José María Nunes (1930-2010), quien en la década de los 60 daría buena cuenta de su talento y su visión personal como cineasta, basado en la experimentación tanto en lo formal como en lo narrativo, con dos de sus películas más destacables y representativas: "No dispares contra mí" (1961) magnífico policíaco con influencias de la Nouvelle Vague francesa y el drama "Noches de vino tinto" (1966).

A pesar de estrenarse en 1957, para muchos es considerada pionera de la llamada "Escuela de Barcelona": movimiento cinematográfico nacido en la Ciudad Condal a principios de los 60, cuyo pilar fundamental era su afán renovador y rebelde con el cine que se hacía en aquel entonces en España. Este movimiento era similar a los que surgieron en Francia con la "Nouvelle Vague", en Inglaterra con el "Free Cinema", o más recientemente en Dinamarca con el "Dogma 95".

Ya centrándonos en la película, asistimos a una serie de historias narradas con un tono lírico y entrañable por un vagabundo, llamado en los créditos iniciales "el chico de la noche", correctamente interpretado por José María Rodero, que aquí hace de hilo conductor de las historias que van sucediendo:

1ª historia: la de Don Felipito, un vendedor ambulante que en realidad es escritor, pero no se atreve a publicar sus obras por miedo a enfrentarse a un editor.
2ª historia, la de Silvestre, un pacífico vigilante nocturno de una fábrica de galletas, que su esclavitud de la rutina diaria laboral, le impide impulsar sus facultades como clarinetista.
3ª historia, la de una pareja de jóvenes solitarios que la magia de la noche y unos poemas escritos en las paredes de las gélidas calles de Barcelona, les hace compartir algunos momentos de ingenua y sincera complicidad.
4ª historia, la de un payaso, "el gran payaso", interpretado magníficamente por el gran José Sazatornil, que intenta hacer reír a los demás mientras espera ser contratado por un despreocupado representante de artistas.

"Mañana" es la excusa que utilizan nuestros protagonistas para esquivar los retos y dificultades que ofrece la vida, impidiendo de esta manera poder realizar sus sueños.

Las historias están narradas bajo un prisma costumbrista y melancólico, muy bien logrado gracias a la partitura musical de Federico Martínez Tudó ("Los atracadores", 1962) y al buen trabajo de fotografía tanto de Ricardo Albiñana ("El ojo de cristal", 1955) como de Aurelio G. Larraya ("Regresa un desconocido", 1961; "Los atracadores", 1962), todos ellos grandes profesionales y colaboradores habituales de las producciones rodadas en Barcelona entre los años 50 y 60.

Película muy desconocida, a pesar de que fue pionera de un movimiento tan importante en la cinematografía española como fue "La Escuela de Barcelona", y por ello es merecedora de ser rescatada y visionada.