Seguro que la mayoría que hayan visto ésta última entrega, coincidirán en que este actual Shrek no es el mismo de hace nueve años. En 2001 un ogro gruñón y antipático y un burro charlatán y tozudo se ganaron las carcajadas de millones de personas con diálogos muy ingeniosos. Y eso es lo que, en todas sus rutinarias secuelas, se ha ido consumiendo, el ingenio. En esa innovadora propuesta, se demostró que se podía dar la vuelta a la magia de los cuentos, que se podía combinar con guiños a la cultura popular. Ahora nos presentan a un ogro infeliz agobiado por la rutina, a un asno falto de carisma, a un grupo innecesario de ogros rebeldes y a un villano con peluquín intercambiable. En resumidas cuentas, entretiene y poco más.

Lo mejor: la intervención del Banderas andalú.

Lo peor: su desgastada fórmula.