Simpática y divertida parodia del clásico de terror de Mary Shelley que da vida a una nueva revisión del mito de Frankenstein, pero en este caso en tono de comedia. Estamos ante Mel Brooks, un experto en parodias, y ante seguramente su mejor película de lejos «al menos la más conseguida, lo que no es mucho decir».

Fue durante el rodaje de Sillas de montar calientes cuando el propio Gene Wilder le metió en la cabeza a Brooks que debía realizar una película sobre Frankenstein. Ambos se pusieron manos a la obra con un guion, el mejor que ha salido de sus mentes, un libreto que conjuga con ingenio y humor elementos característicos del cine de terror de la Universal de los años 30. Lo más destacado es una envidiable y muy lograda atmósfera gótica que se debe a la dirección artística de Dale Hennesy, una preciosa música de John Morris y, sobre todo, el gran trabajo de fotografía en blanco y negro de Gerald Hirschfeld.

El jovencito Frankenstein es hoy una obra de culto, capaz de dejar imágenes para el recuerdo, gags divertidos, unos más que otros y, sobre todo, personajes inolvidables como el personaje de ciego, encarnado por un irreconocible Gene Hackman, Peter Boyle como la criatura y, sin duda, el entrañable personaje de Igor, interpretado por un maravilloso Marty Feldman, regalándonos algunos de los mejores gags del film: el cambio de sitio de la joroba y el sonido que produce ésta al golpearla o la rapidez con la que acude a su lado del doctor cuando éste le llama.

El jovencito Frankenstein es ya un clásico de la comedia de terror que peca de cierta irregularidad a la hora de hacer gracia, es decir, la risa no es constante y en algún momento tienes que parar.