Carlos Iglesias debuta en la dirección relatando una historia, que a quien más o a quien menos, le suena cercana. La historia de nuestros abuelos, nuestros padres, o porque no, de nosotros mismos. La historia de mucha gente, que dentro de una sociedad sumida en un régimen dictatorial, y con una economía paupérrima, se vio obligada a sacarse las castañas del fuego chapurreando malamente el francés o el alemán, mientras trabajaban de sol a sol por un jornal, que guardaban celosamente a la espera de un futuro mejor a su regreso.
El novel director capta a la perfección la esencia de aquellas pequeñas historias, que se daban a lo largo de nuestra geografía durante los duros años del franquismo, sin embargo, pese a que el fondo es bueno, como todo director novato, necesita pulir mucho la forma como por ejemplo mantener el ritmo fílmico, dotando de mayor solidez a un argumento, que por veces resultaba previsible.