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España España · Madrid
Voto de Servadac:
7
Austerlitz
2016 Alemania
Documental
5,7
184
Documental Esta película es una observación minimalista de los visitantes que acuden a visitar un campo de concentración nazi. (FILMAFFINITY)
17 de diciembre de 2022
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entiendo cualquier reacción ante una cinta como esta; en buena medida ‘Austerlitz’ funciona como un espejo deformado; deformado por nuestra propia percepción. Dura lo que dura –aproximadamente– una visita a un campo de exterminio. Es inquietante, incómoda y, hasta cierto punto, ‘alentadora’. Muestra al ser humano –como especie– capaz de subsistir incluso en medio del horror. Esa “banalidad del Bien” de la que habla Diego Lerer es la prueba de que ni el pozo más oscuro suprime de raíz la vena de felicidad superficial y frívola que alienta en las personas. No seré yo quien juzgue la pureza ética y moral de cada paseante; sólo se ve de ellos su envoltura, la cáscara, el bocata, el palo-selfie, la mochila y poco más; ¿cómo saber qué mecanismos de defensa se encienden en el alma ante el espanto de otro tiempo?

Mi primer contacto con un campo nazi fue en Dachau, cerca de Múnich. Hacía un día esplendoroso, lleno de luz y con un cielo azul y despejado. Poco antes de llegar, a la salida de un túnel, se desencadenó de pronto una tormenta de nieve abrumadora; aún recuerdo la intensidad del viento y de los truenos. Un manto blanco, similar al de ‘Los muertos’ de James Joyce, cubría todo el campo. Entré sobrecogido. Nos recibió un muchacho rubio –descendiente, al parecer, de algún preboste nazi– para explicarnos las malditas estaciones del viacrucis; con ello, en cierto modo, exorcizaba voluntariamente “sus” demonios familiares. Como en ‘Mimoun’, de Rafael Chirbes, la climatología moduló mis sensaciones. En el camino de vuelta, la tormenta ya se había disipado, pero algo en mí se había roto sin remedio.

Sergei Loznitsa, en ‘Austerlitz’, también presenta un recorrido de ida y vuelta. No podemos saber cuál es su posición, adónde apunta con sus planos fijos e insistentes. En lo que a mí respecta, su cine abre un espacio reflexivo-emocional perturbador. Aventuro que ese es justo su objetivo –esto es, claro está, puro especular–. Abundan los detalles que conmueven: la copa de un árbol tras de un muro, con las ramas ondulantes; la mirada, despavorida, de una o dos mujeres; las sombras y reflejos cuando el plano se vacía; la risa superpuesta a alguna explicación; el movimiento de los pies con un panel que hurta el resto de los cuerpos; el momento, casi obsceno, en que un excursionista imita la pose de los torturados. En ocasiones sentimos que hay espectros que lo observan todo desde el aire mismo; en otras se adueña de nosotros el sopor; a veces tomamos consciencia de que es el propio espectador esa presencia fantasmal al otro lado de la cámara. El tempo de la cinta excava en nuestra forma de mirar, que oscila como oscila el péndulo en la caja del reloj.

Mi segundo y último encuentro con un campo de exterminio fue en Auschwitz-Birkenau. Auschwitz, tan pulcro y ordenado, era como un inmenso ‘photoshop’; pensé en lo que decía Primo Levi acerca de la falta de verdad del campo así aseado. La granja-Birkenau me golpeó con virulencia. Llegaba pertrechado con el poema ‘Fuga de la muerte’, de Paul Celan, y su “negra leche del alma”. Sus versos y las diminutas flores amarillas me quebraron. Aún conservo algunas fotos del lugar. No sabría decir por qué ese impulso de tomarlas, por qué ese estar ahí junto al recuerdo de los muertos. Me veo en ellas y me siento vanamente avergonzado.

Dudo que vuelva a pisar la tierra de otro campo de concentración, considero que he tenido suficiente. Como escribiera T.S. Eliot, el ser humano no puede soportar una excesiva realidad. Siguiendo a Blas de Otero, “no sé cómo decirlo, dan ganas de acabar de una vez.” Y, sin embargo, este documental pudiera ser enmienda a tan oscuros pensamientos.

No concibo para mí tal salvación, pero la deseo con fervor para mis semejantes, los turistas.
Servadac
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