Cuando, en el 2006, Ron Howard estrenó la película "El código Da Vinci", basada en la novela homónima del 2003 de Dan Brown, Antonio Banderas ya se había adelantado un lustro al adaptar una novela de 1983, escrita por Richard Sapir, que sostenía sus buenos parecidos. Bueno, parecidos ligeros, porque había diferencias notables.

Así, en el 2001 Banderas nos vino con la historia de unos huesos hallados en Tierra Santa que, quizás, podrían pertenecer a los de Cristo. A partir de ahí, se desataba una conspiración en donde la Iglesia de Roma y los israelíes se montaban un toma y daca alrededor de los mismos, pues las implicaciones no eran baladíes.

La película, justo es decirlo, era bastante limitada. En presupuesto, en diálogos, en desarrollo de personajes, en complejidad de la historia. Allí donde Brown se marcó un misterio de tintes colosales, aquí todo se quedó en unos pocos religiosos y algunos facinerosos conspirando. Todo muy de andar por casa, con pocos personajes, escasas localizaciones y una chicha que apenas daba para masticar algo. A ello se unía una edición harto discutible, un ritmo irregular plagado de bajones, unos comportamientos extraños de los personajes, y unos actores a quienes la épica les quedaba una talla grande.

Lo curioso de esto es que, aunque la cinta no daba para mucho, lo poco que ofrecía no lo hacía demasiado mal. La idea de que el descubrimiento de los restos de Cristo es más política que religión es acertada. Como también lo es el hecho de que poco importaría lo que la ciencia tuviera que decir al respecto. Por muy perfectos que fuesen los resultados, la necesidad de muchas personas de creer en un ser superior estaría siempre más allá de la razón. En este sentido, la religión se revela como un acto tan incontrolable y arraigado en muchos, que no hay solución posible.

Vista hoy día, "El cuerpo" fue una especie de "quiero y no puedo". Un deseo de contar una historia capaz de tambalear los cimientos del mundo conocido por vía de la fe, que se quedó en un trabajo con poca pegada que generó bastantes pérdidas. No exagero un ápice. Su presupuesto de $30 millones solo generó una taquilla mundial de $280.000. Sí, ha leído bien. Su taquilla no llegó ni al 1% del presupuesto. A mí entender, creo que fue una injusticia. Cierto que la película vuela bajo pero, leches, no llegar ni al 1% del presupuesto es humillante. Tampoco era tan horrorosa. Otros trabajos pordioseros han sido capaces de hacer cajas mucho mejores.

En resumen, mucho antes de que a Banderas el corazón le diera un apechusque, y de que el divorcio llamase a su puerta, el hombre se marcó un relato menor sobre conspiraciones religiosas alrededor de la existencia de Cristo. Y encima tirando de una novela publicada 20 años antes que la de Brown.