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Un día cualquiera en un despacho de una productora.

Veamos, queridos director y guionista, os voy a dar a Robert de Niro, a Morgan Freeman y a Tommy Lee Jones. Todos avejentados por la trituradora del tiempo, curados como el buen jamón tras décadas de cine. Actores potentes, gloriosos, con un poder sobresaliente para adueñarse de cada plano. La clase de tipos que, con su sola presencia, silencian auditorios repletos.

Y os los he conseguido para que habléis del más exhorcista de los subgéneros cinematográficos, el del cine dentro del cine; el de las películas que tratan sobre cómo hacer películas. Historias que cuentan cómo se crean las historias. Practicaréis la introversión, mirareis de puertas para dentro, y sacaréis material de entre quienes se ganan la vida creándolo.

Un universo fascinante y a la vez perverso. Un mundo en donde lo peor y lo mejor de las personas se dan la mano. La clase de ecosistema en donde nacen los más grandes sueños, pero apoyados en las más infames de las miserias humanas. Egos, mentiras, codicia, envidias, lujos, vicios, remordimientos, éxitos, fracasos... todo ello sazonado con la presión de los grandes presupuestos y sin una fórmula que revele el camino al éxito. Y lo podréis hacer con mucho humor, porque lo contrario sería para abrirse las venas. ¿Qué me váis a entregar a cambio?

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"La última gran estafa" es un desperdicio de talento. Es darle margaritas a un director y a un guionista que no saben si olerlas, comérselas o pasárselas por el sobaco. Porque, lo que podría haber sido una excelente oportunidad para hablar del mundo del cine, aportando la visión sarcástica y requemada de tres actorazos que han visto y aguantado de todo, ha terminado convertido en un ejercicio liviano de comedia tan superficial como inofensiva.

Y no digo lo de inofensivo por su incapacidad para hacer daño, que lo mismo no hay obligación de ello. Lo digo por la escasísima fuerza de los diálogos, la pobreza de los planos, e incluso el montaje torpe que abunda en su metraje. Porque, efectivamente, todo adolece a labor de aficionado.

Tres actores haciendo los bobos delante de la cámara porque sus personajes tienen la profundidad de un charco. Tres tipos que, teniendo el don de grabar en piedra escenas únicas, se pasean por la historia de forma indolente, como si aquello no fuese con ellos; como si estuvieran de visita y solo les preocupase cobrar el cheque e irse a jugar al golf.

Pero no los culpo a ellos, porque sé que buenos y entregados son. Culpo a los guionistas y al director, este último pluriempleado como juntaletras. A ellos y a la productora por permitir semejante cutrez. Porque no hay derecho a hacer esto. Una oportunidad como pocas reducida a unas jornadas de trabajo pasotillas. Para ese viaje no hacían faltas tantas alforjas. Muchos otros actores de menor valía (y caché) hubieran logrado lo mismo.

Pocas veces se sentirá tan decepcionado como con esta película. Humor tontorrón, giros absurdos que parecen lejanamente inspirados en "El coyote y el correcaminos", planos paupérrimos sin fuerza, roles desarrollados con torpeza e implementados con desgana. Vamos, la clase de película a la que le sobra metraje baladí y le falta muchísimo buen hacer.

En resumen, desangelada comedia sobre una película ficticia rodada en un Hollywood que, incluso en su intimidad, es de cartón piedra. Estire el brazo, arroje la llave mar adentro, y no se compadezca.