La trilogía clásica de "La guerra de las galaxias" (1977, 1980 y 1983) puede gustar más o menos; puede parecer una joya del cine de ciencia ficción, o un truño de ópera espacial infantil; pero, lo que es impepinable, lo que no admite debate porque hay cosas que son como son, es que supuso un cambio descomunal en la historia del cine. Uno brutal, tanto dentro como fuera de esa industria, que derivó en una onda expansiva que, a día de hoy, continúa recordándonos que esto anda lejos de terminar.

Por ello, que alguien la parodiase era inevitable. Inevitable y diría que necesario porque, como dijo una vez alguien, la parodia demuestra que algo ha llegado alto y, a la vez, profundo. La prueba de que su impacto no es arbitrario, sino constante e hipertrófico y, por tanto, un blanco claro para los dardos del humor, en especial de la caricatura. En cierto modo, la parodia es el sello certificador de la influencia, sea ésta buena o mala. Como mero ejemplo, el Rubius no podrá dar testimonio de su peso social hasta que no le endosen su particular Encarna y la empanadilla.

Y es estando en esas que Mel Brooks, comediante especializado en la burla y la chanza de toda clase de tropos, de tópicos paridos por el cine, entró en escena buscando un objetivo grande, jugoso y peligroso. Y qué mejor destino de sus saetas que la trilogía que lo había cambiado todo, claro. Era el momento de darle cera a los personajes de Lucas, y de confiar en que éste se lo tomara a bien.

Así fue como Mel le dio la vuelta a la tortilla, convirtiendo la obra de Lucas en el eje vertebrador de una historia absurda, surrealista, en donde la banalidad y la cutrez desterraron la épica y cualquier rastro de estilo del de Modesto. Y no solo eso. En su viaje, Brooks perfiló personajes que, aunque casposos, se agarraron a nuestra retina como una minúscula garrapata, haciéndolos inolvidables. Casco Oscuro, Yogurt, una autocaravana espacial y, por supuesto, los malvados más ridículos de la historia del cine: los pelotas del espacio ("Spaceballs" en versión original, que también da título a la película).

Mel, además, supo grabar en piedra alguna que otra escena tan estúpida como perdurable, llegando incluso a soltar alguna verdad sobre aquello en lo que George Lucas había convertido su cine (véase spoiler 1). Todo esto sin olvidar alguna que otra referencia a la ciencia ficción reciente. Alguna casi tan mítica como toda la película.

En contra de lo esperable, Lucas, tan rencoroso con quienes no le bailan el agua, no abrió fuego contra Brooks. Mel tuvo el coraje y la inteligencia de remitirle primero el guion como muestra de respeto, obteniendo así su visto bueno. Tanto, que incluso llegaron a un acuerdo para que el audio se editase en los estudios de Skywalker, ubicados en el Rancho homónimo. Mejor la pipa de la paz que el hacha de guerra. Eso sí, Lucas impuso como condición que Brooks no podría vender ningún "merchandising" de la película. Ninguno. Condición equivalente a guantá sin mano por causa de la patada en la espinilla que el otro le había soltado en el guion. Mel, por supuesto, aceptó.

En la actualidad, "La loca historia de las galaxias" (1987) ha envejecido. Su olor ochentero a alfombra pasada es innegable. Pero, a pesar de todo, y lejos de ser la obra cumbre de Brooks, sigue gozando de un notable aprecio entre los más frikis. Quizás porque, al final, logró ser esa parodia que rubricaba el poder incontestable de la obra georgeluquiana.

En resumen, "La guerra de las galaxias" con mucho pitorreo. Se pasa un buen rato, aunque no deja de ser un compendio de (casi) lo único que Brooks parece saber hacer: diálogos bobos, caspa y personajes imborrables del recuerdo. Si no la ha visto, tiene una deuda pendiente de saldar.