Tras el éxito de la primera entrega en 1986, la cual estuvo centrada en la toma de conciencia del robot y el descubrimiento del mundo en que vivía, una segunda película era esperable en nombre del pecunio. Y no tardaron mucho, pues la fotografía se hizo en el 87 y el estreno fue fijado para el año siguiente. La excusa ahora era aprovecharse de su ingenuidad para que Número 5 terminase cayendo víctima de unos ladrones tan cutres, que daban risa.

Con un presupuesto superior a la primera, $15 millones, logró unos ingresos de $21 millones. Aunque son datos solo de EE.UU., parece ser que los obtenidos en el extranjero tampoco debieron ser gran cosa, lo que la hundió sin remedio en la categoría de fracaso.

Más humor, un papel protagónico para Fisher Stevens, y Steven Guttenberg desaparecido, hicieron de esta película un ejemplo de cómo se las gasta Hollywood: ¿Que algo funciona? Pues más dinero y aumentamos los ingredientes que, creemos, fueron la clave del éxito, aun pecando de saturación. La fórmula raras veces convence, de ahí aquello de que "segundas partes nunca fueron buenas". John Badham se quitó de enmedio y no apareció ni para traer el café con churros.

Fue la tumba de Número 5... hasta que a algún lumbreras con traje de chaqueta y corbata se le ocurra hacer un remake, claro.