En el futuro los animales dominan nuestro mundo y los humanos se ven obligados a malvivir bajo tierra. Es por ello que los sabios del lugar deciden mandar, cual conejillo de indias, a James Cole (Bruce Willis) al pasado para que trate de evitar tan desastroso devenir.

Doce monos podría haber sido otra de tantas películas de ciencia ficción sobre viajes en el tiempo, pero no lo fue gracias a que Terry Gilliam (integrante de los Monty Python) estaba detrás de las cámaras dejando su inconfundible sello de identidad. Sus planos imposibles casan de maravilla con la locura generalizada que destila la cinta, algo a lo que también ayudan, y mucho, las interpretaciones, sobre todo la llevada a cabo por Brad Pitt, quien por fin se quitaba (¡y con honores!) el sambenito de niño bonito.

El resultado final no es, ni mucho menos, perfecto (la trama cuenta con algunas lagunas, el acto final baja ligeramente el nivel de lo visto con anterioridad…), pero sus más que evidentes valores y lo mucho que me gustan los trabajos que, como el que nos ocupa, mezclan con gracia realidad y ficción hacen que Doce monos sea una película de lo más estimable.