Hace no mucho escuchaba en las noticias que por culpa del alto índice de paro muchos jóvenes se marchaban al extranjero en busca de trabajo. No pude evitar pensar en dicha noticia mientras veía esta película, puesto que a los protagonistas, Martín (Carlos Iglesias) y Marcos (Javier Gutiérrez), salvando las distancias y a pesar de que la trama se desarrolle durante los sesenta, les ocurre algo parecido, es decir, tienen que emigrar en busca de un trabajo digno con el que (sobre)vivir y mantener a sus familias.

Aunque narrada con un acertadísimo tono amable (y eso que la historia da pie para que el guión se explaye en todo tipo de dramatismos), la cinta no está exenta de cierta autocrítica (tanto a los españoles como a su estilo de vida y modales). Iglesias sorprende (y hace olvidar sus, valga la redundancia, olvidables papeles televisivos) realizando un más que loable trabajo tanto detrás como delante de la cámara. Puede que el resultado final peque de blandito, pero su encanto y valores son innegables.