Me gusta escuchar Bach, y mezclado con un par de cucharadas de sexo, mejor aún, bajo los efectos de un erotismo embriagante, mientras me lanzo al vacío, para llenar viejos delirios de la juventud y ahora en la vejez se presumen, como una especie de secuencia matemática, a la cual se le arrebatado de cualquier tipo de evocación, quedando en absolutamente nada, no sentir nada como una necesidad imperante del vicio capitalista o consumible todos los días, pero que no aporta nada, más que perdidas inquietantes dentro del ser y miradas aún más desconcertantes fuera de este, eh tío que eh follado con un montón de tías, unas tirando de una suma de 2, 5, 7 hasta un pibón de 9, y no recuerdo ni siquiera una milimétrica parte de su rostro, eh follado hasta que aquello, a dicho basta, eh follado en horas bajas, altas, en la depresión, en la locura dilatante de los efectos psicotrópicos, en el un ir y venir sin sentido, en la indiferencia, incluso e follado hasta en el presuntamente sentimiento auto-realizable que supone el sentido de existir de todo ser humano, el amor, el origen de la vida, un sentimiento incrédulo, un ideal absurdo enfrentado a algo tan real, como si lo es el sexo, pero el sexo duele, porque es tan real como un anzuelo, lo demás queda en un vano intento de idealizar el sexo, sobre la banalidad que supone el título de mi critica, ya no siento nada al releer las críticas de Servadac.

Por cierto, Von Trier, tu película me pareció una pelma, pero has logrado que el sexo o en palabras tuyas, Nymphomaniac Vol. 1 y 2, deje de ser un maldito y absurdo tabú o en un no sequé pero que me da yuyu de solo escucharlo, para volver a convertirse en el viejo y añorado mete-saca, bajo las sucias y apestosas sabanas de un motel de cuarta sin nombre, sin Bach, metáforas de pesca, Fibonaccis, y los primeros doscientos cincuenta y tres caracteres de esta crítica.