Pasada la sorpresa inicial del formidable éxito de "Ocho apellidos vascos" era urgente, para no enfriar el horno del éxito, realizar la continuación en la rebelde e independentista Cataluña. Y allí se fue Martínez Lázaro y su equipo. Le añadió a Berto Romeo (muy bien) y a seguir la fórmula. Solo que la fórmula no funciona igual, empezando por una realización entre la desidia y lo mecánico, dando por hecho el taquillazo fulminante.
El guión rasca los tópicos y hace una farsa romántico/política blanda y efectiva, pero es conjunto es disuelto, está agotado y se haría muy bien en cerrarlo, tal cual.