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I Am Not a Serial Killer

Thriller. Terror. Drama John Wayne Cleaver es un adolescente obsesionado con los asesinos en serie que, pese a sus tendencias sociópatas, hace todo lo posible para no convertirse en uno de ellos. Cuando el frío pueblo del Midwest americano donde vive se ve acechado por una ola de sangrientas muertes, John decide perseguir al culpable, bajo la amenaza de descubrir que él es mucho peor que su enemigo. (FILMAFFINITY)
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Críticas 41
Críticas ordenadas por utilidad
18 de abril de 2018
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la labor de Christopher Lloyd como el más impensable villano, entrañable cuando envía afectuosos besos a su amada esposa por medio de un teléfono de última generación que ni siquiera sabe utilizar e imperturbable a la hora de ejecutar determinada función vital, encarnando a la vez al vecino que cualquiera quisiera tener y al homicida que nadie desearía contender, luciéndose en dicha bipolaridad social; la impecable síntesis del estilo setentero de la cinta, cuidándose hasta el más mínimo detalle para trasladar al espectador a un remoto pueblo de la américa más profunda azotado por un sujeto con la inteligencia de un hombre y la ferocidad de una bestia cuya afición es destripar a sus víctimas refugiándose en la oscuridad de la noche y apropiarse de ciertos órganos, dejando una balsa de aceite negro en las cercanías de las escenas de sus crímenes que, aun siendo un matiz relevante, no llega a elucidarse el motivo de que así sea; el arte de manipular los cadáveres para analizar las causas que convirtieron un cuerpo con vida en uno sin ella fascina tanto como se hace creer, pese a que apenas se aludan técnicas específicas y, juzgando el conjunto, sea más un pretexto contextual que motivacional.

Lo peor: la profanación de una funeraria familiar como ocasional y menoscabado proscenio, lugar que en la primera mitad de la propuesta fascina pero en la segunda no causa más que indolencia al desperdiciar la oportunidad de transformarse en la más idónea representación escenográfica de una de las teorías más impactantes sostenidas por Ted Bundy según la cual, pasando suficiente tiempo con quien se va a matar, el mismo puede ser quien uno quiera, subjetiva solución al ansia de cercanía humana en contra de la voluntad del otro muy poco eficaz; el esbozo de la hipótesis definitiva que explique la complejidad de las conexiones emocionales a través de un joven con serios problemas de integración social que, aparentemente, asila múltiples factores predictivos del comportamiento sociópata pero, entre ellos, no los de la conocida “tríada MacDonald”, tres rasgos compartidos por el noventa y cinco por ciento de los asesinos en serie (enuresis, piromanía y crueldad animal), contradicción tan alarmante como concluir la trama con la existencia de un ente alienígena, por mucho sentido figurado del que se dote, cuando el drama puramente sensato ha primado; la flaqueza a la que induce meditar sobre el destino, estando tácitamente en manos de cada cual pero siendo evidente que no siempre es así y, en muchas ocasiones, factores internos y presiones externas delimitan las posibilidades decisorias por mucho que se sigan estrictas reglas para controlar todo, pues lo inevitable es incontrolable y la genuina esencia se impone sobre la apremiada artificialidad, por muy trabajada (no en demasía) que esté.

Daniel Espinosa
www.cementeriodenoticias.es.tl
Tithoes
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