No sé decir adiós

Merecidísimo Goya a Nathalie Poza por un magnífico retrato como hija de un estupendo (como casi siempre) Juan Diego en un retrato duro y entrañable de un encuentro entre un padre y una hija con motivo de una terrible noticia. Las a veces difíciles relaciones padre-hija en una buena y creíble película

Empieza a ser muy agotador. Cada año, tres o cuatro directores españoles deciden que rodar un dramón familiar y trágico sobre una persona que se despide lentamente del mundo entre dolores, silencios y resignación es una excelente idea. Y hay que decir basta. Además del dolor que provocan (todos hemos padecido, en primera o tercera persona, esa enfermedad) estos dramones pecan siempre de lo mismo: linealidad. Todo es previsible, incluida la bonita fotografía nocturna y sensible y las impecables actuaciones.

Francamente mala, con un argumento más que traído por los pelos sin conexión ninguna con la realidad.
Los personajes son falsos de cabo a rabo todos ellos, viviendo situaciones estúpidas que culminan cuando termina la película dejando al espectador preguntándose quiénes esas personas que habían aparecido en la pantalla.
No tiene más que pretensiones que no cristalizan en ningún momento.
Nada es creíble en este film que a pesar de sus intérpretes luchando para sacar adelante un guión deplorable, estás deseando que termine para liberarte de un espectáculo malo, malo, malo.