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Que el cielo la juzgue

Drama. Intriga. Cine negro Richard Harland (Cornel Wilde), un joven escritor, conoce en un tren a Ellen Berent (Gene Tierney), una bellísima mujer con la que se casa pocos días después. La vida parece sonreírles, pero Ellen es tan posesiva y sus celos son tan enfermizos que no está dispuesta a compartir a Richard con nadie; tanto amigos como familiares representan para ella una amenaza de la que intentará librarse, provocando la desgracia de quienes les rodean. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 54
Críticas ordenadas por utilidad
25 de mayo de 2011
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La protagonista femenina Gene Tierney se lleva la palma. Lo que llega a hacer por amor..........sopresa, sorpresa os recomiendo completamente a los amantes del cine clásico y a los que gustan de personajes retorcidos que vean esta película. El guión es una maravilla, no se puede ser peor persona que la Tierney ni estar más ciego que el habitualmente paralizado Wilde, que aquí es el trabajo que más me gusta. Un metraje de Stahl, gustoso de este tipo de historias en el que también se encuentra la Nefertiti de pandereta Jeanne Crain, que superado su patetismo en la otra película, aquí está muy decente construyendo un personaje equilibrado pero retorcido a su manera. El vestuario es magnífico, y la fotografía una preciosidad, los sucesos van pasando y van dejando al espectador tan atrapado que igual que en una telenovela, no puedes dejar de verla hasta el final. Sorprendente.
barbara12
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15 de abril de 2014
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Cual sea la forma como realices tu propósito –le decía el fantasma de su padre a Hamlet tras pedirle que lo vengue-, no contamines tu espíritu ni dejes que tu alma intente dañar en forma alguna a tu madre. Déjasela al cielo (Leave her to heaven) y a aquellas espinas que anidan en su pecho para pincharla y herirla”

Estas palabras vinieron a la mente del escritor estadounidense, Ben Ames Williams (1889-1953), al momento de buscar un título para la novela que publicaría en 1944, en la que nos cuenta la historia de Ellen Berent, una joven de sociedad que se enamorará perdidamente del novelista Richard Holland, cuando tras conocerle en un tren, resulta que este también hace parte de un grupo con el que compartirá una temporada en una finca de Nuevo México.

Con guión del prolífico Jo Swerling y bajo la dirección del cotizado John M. Stahl, “QUE EL CIELO LA JUZGUE” se mueve en la línea de “La loba” (William Wyler, 1941) y Stahl parece dispuesto a demostrar que la Ellen Berent, que representa Gene Tierney, es mucho más perversa que la Regina Giddens que interpretara Bette Davis... y bien seguro lo logra con esa jugada más allá de la vida de la que es capaz la Ellen. Pero como filme, la obra de Stahl se queda muy corta ante la de Wyler, primero porque las actuaciones en “La loba” son sencillamente magistrales y en este nuevo filme son buenas pero no consiguen impactarnos. Después, Stahl toma la escena más intensamente dramática de “La loba” cuando Regina ve caer por las escaleras a su esposo Horace, y la convierte en la escena del lago entre Ellen y Daniel Holland. Y necesario es decir que, en “La loba”, el desenmascaramiento es clarísimo, brillante y certero, y en “QUE EL CIELO LA JUZGUE” el desenlace del juicio no se lo cree ni Juan bobo, y ese final feliz es de lo más inmerecido que ha podido darse en el cine porque, habidas cuentas, el buenazo de Dick Holland tuvo mucho ¡pero muchísimo que ver! en la neurosis obsesiva que padeció la pobre Ellen.

Ellen es la suerte de mujer -con un trastorno mental-, que termina “amando” demasiado, pero mal entiende el amor como un acto de obligatoria reciprocidad por parte de aquel a quien ella ama. Y cuando no se la retribuye, se vuelve destructiva con todo aquel que le esté arrebatando parte de lo que ella considera que es “solo suyo”. Ella no ve la causal en aquel que la desplaza una y otra vez, con una y otra persona, porque le cree inmaculado, y los malos son entonces los otros que quieren arrebatárselo y por eso es necesario alejarlos o destruirlos si es preciso. En sus emociones, el ser obsesivo (en este caso Ellen) actúa de pleno como el parásito: “Te necesito para vivir y no estoy dispuesta a compartirte con nadie”.

Siendo una enferma, Ellen requiere ayuda profesional, precisa afecto, compañía, valoración… pero su maridito (que como escritor deja muchas dudas), además de ser improcedente (¡qué tal eso de dedicarle el libro a Ruth!) no ve nada de esto y no hace nada por comprenderla y apoyarla. Y enseguida hace lo mismo que el común de la gente cuando descubre un mal proceder: ¡Te abandono! ¡Holland es incapaz de valorar que, todo lo que su esposa hizo, fue única y exclusivamente por lo mucho que le amaba!

Y es cuando conozco a personas como Dick (con una cara tan luminosa como la luna, pero con un corazón incapaz de comprender las cosas esenciales) que me he visto a punto de decirles: ¡Eres una persona estúpidamente buena!

¿Y la vida lo premiará ahora con otro gran amor?… ¡Mamola!
Luis Guillermo Cardona
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9 de julio de 2009
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La novela 'Que el cielo la juzgue', del olvidado escritor americano Ben Ames Williams, sirve de base para la homónima película de John M. Stahl.

Gene Tierney parece dar vida a la Rebeca de Daphne Du Maurier (que Hitchcock llevó al cine en 1940) y Cornel Wilde recuerda irremediablemente al atormentado Maxim De Winter que tan inolvidablemente interpretó Laurence Olivier. Sin la fuerza de 'Rebeca' pero con magnéticas dosis de intriga y melodrama, 'Que el cielo la juzgue' seduce y desencadena una profusión de sensaciones intensas que el espectador no podrá ignorar fácilmente.

Se trata de una historia intrigante y sorprendente que fue adaptada a la gran pantalla un año después de ser escrita y que supuso el estreno más exitoso para la Fox en la década de los 40, con más de 5 millones de dólares recaudados.
Nashville
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4 de junio de 2009
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras veía esta película no podía dejar de pensar en Bette Davis. ¡Qué bien iría esa notable actriz para este gran papel!. Con eso no quiero decir que Gene Tierney no esté bien, todo lo contrario, consigue nota alta en un trabajo dificílisimo encarnando al personaje de Ellen Berent.
La moda que tuvo el psicoanálisis en las prímeras décadas del siglo XX en Europa llega al cine y a la literatura de forma arrolladora. En este largo del gran director John M. Stahl, esta evidencia salta a la vista desde el primer momento.
La psicótica fijación que Ellen/Gene desencadena por Cornel Wilde/Arthur tiene claras connotaciones freudianas. Complejo de Electra, en este caso, que va desarrollando la trama hasta presentarnos a un personaje que llega hasta límites insospechados debido a ese complejo.
Son muchos más los ejemplos en el terreno del cine del otro gran complejo freudiano, el de Edipo, son innumerables las películas que han bebido de la literatura del médico vienés para desarrollar sus tramas.
Es innegable que plantear, aunque entre líneas, estos asuntos al gran público en estos momentos no deja de ser arrojado.
Por otro lado sorprende, como en todos los grandes clásicos, la modernidad de su dirección, de las interpretaciones y de los planteamientos. La circularidad de la narración mediante un gran flash back, reserva las últimas pinceladas del drama de forma inteligente.
Es esta una película en la que hay que destacar por encima de todo la actuación de la gran mayoría de sus actores, especialmente, los femeninos. Además no se puede dejar de ver esta película sin observar la magnífica dirección de quien codirigió con Lubitsch The Student Prince in Old Heidelberg (El Príncipe Estrudiante 1927).
Lo mejor: Los papeles femeninos
Lo peor: Nada destacable en este apartado
Muy recomendable.
nudodobleblogspotcom
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28 de noviembre de 2013
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me pregunto como hubiera quedado en blanco y negro esta historia.
Creo que aún ganaría en intensidad y clímax, una atmósfera de claroscuros con dosis tenebrosas y el realce de los elementos de misterio y cine negro.

Me resulta curioso que la rodarán en technicolor, pues el de los años 40 en general, crea una sensación de artificio innegable, siempre en mayor o menor medida.
Los bellos paisajes del lago, si ganan con esta elección pero el conjunto hubiese sido más estremecedor e inquietante.

El vestuario es imponente, sobre todo el de Gene Tierney.
Las interpretaciones me quedo con las de los dos protagonistas:
Esa mirada gélida, sin vida de la Tierney es más que perversa
y a veces provoca escalofríos.
Cornel Wilde magnífico, hace creíble el personaje y lo llena de matices psicológicos.
Quizá sea su actuación más completa en cine y televisión.

Fue la película más cara de la fox en los años 40 y muy bien amortizada sin duda.
No pasan los años sin que su sabor sea más añejo y estilizado, disfrutas aunque sea un tanto previsible en muchos giros de la acción.
Quizá el más conseguido sea el de la hermana.
Pues eso, una obra para gozar, recrearse hasta la ebriedad...
Zappianin
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